
En la continuación de la saga promocional de la creación plástica cubana contemporánea, que desarrolla con tenacidad y constancia la galería Artemorfosis, de Zúrich, dos representantes de las nuevas generaciones, Adislen Reyes Pino (1984) y Lancelot Alonso Rodríguez (1986) convencen desde los últimos días de septiembre a los espectadores suizos con argumentos que podrán ser vistos hasta el próximo noviembre, por quienes visiten Pasión y contención, título de la muestra que les une.
Ambos encarnan algunas de las más interesantes posibilidades discursivas de las tantas que pugnan por legitimarse en el entramado del arte cubano de los últimos años. Comparten vínculos generacionales, y registran una experiencia caracterizada por exhibiciones personales y colectivas, un nivel de visibilidad en circuitos nacionales y foráneos, y una apreciable recepción crítica en lo que va de la actual década. También ejercen la pintura, aunque Adislen posee una notable trayectoria en el grabado e incursiona en la realización de objetos que asemejan libros de arte y Lancelot se ha acercado a la tridimensionalidad mediante la creación de biombos o parabanes.
Pero al margen de confluir en vocaciones narrativas, Adislen y Lancelot recorren posicionamientos estéticos diferentes y poéticas muy particulares. Se dirá que el erotismo aflora una y otra vez en sus imágenes, más en todo caso, desde puntos de vista divergentes.

Sobre sí misma ha dicho Adislen: «Mi trabajo parte de una visión hedonista del mundo y del arte, de ahí el cuidado de los detalles formales y el hecho de que destaque la belleza por encima del resto de los elementos. Sin embargo, es una obra permeada de sutilezas, que de manera indirecta expone otros conceptos valiéndose de la relación de contrarios como herramienta en mucho de los casos. Me regodeo en diferentes clichés para mediante la saturación de los mismos lograr una visión más cínica de la realidad. El vaciamiento, la superficialidad, la indefinición, lo decorativo y lo artesanal, constituyen algunos elementos recurrentes en mi obra».
Debemos creerle, más no detenernos en esta confesión. Deslindemos, a la vista de sus obras, la dialéctica entre formalismo y cuestionamiento conceptual, entre clichés y originalidad, entre hedonismo e intensidad intelectual. En su pintura se observa la pretensión de enmascarar tras una factura de tonos suaves, que alcanza con el empleo de reiteradas capas de pintura en que degrada el color y una pátina aparentemente aséptica –sazonada con elementos que la fuerza de la costumbre los ha hecho calificar como tópicos decorativos. La artista fabula acerca de la aventura humana, con profundidad e inteligencia, elementos con los que ejerce una refinada seducción.
Para emociones fuertes, la obra de Lancelot Alonso. En una ocasión le preguntaron por sus afinidades temáticas, y respondió: «Creo que un momento importante fue el de mi tesis de graduación. Me senté a pensar. Las tesis obligan a desarrollar un tema. Me dije: No me interesa hacer lo que hicieron los posmodernos americanos, toda esa reflexión sobre los problemas del arte…». Y se decidió por un costado del arte erótico.
Cuerpos, gestos, lances, posturas, se agotan en su propio y estricto sentido. Cuando el artista narra, el relato es autosuficiente como para soslayar lecturas oblicuas o azarosas soluciones de continuidad. Admite la influencia de Rocío García, más en el plano de la composición formal que en el conceptual —quizá nadie como ella en Cuba ha revolucionado tanto la indagación pictórica acerca de la relación entre Eros y poder—, pero acaso tenga una cercanía mayor con la revalorización de la sexualidad en los cuerpos de la ruso-estadounidense Anna Demovidova.
Lo interesante en Lancelot, por aportar cierta conflictividad en la resolución de los elementos compositivos, radica en que sus imágenes se sostienen a base del color. Su paleta cromática es desbordada y febril, como la de los fauvistas pero sin que intervengan sofisticaciones premeditadas. Sin lugar a dudas un nombre y una obra para tener presente en el arte cubano. Imposible quedar indiferente ante estas propuestas que tras un inicial impacto visual llevan a la reflexión.
Una vez más, se reafirma la vitalidad del arte en la isla antillana, sustentada en la consistente formación de sus creadores y una permanente vocación renovadora.
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