
Empeñado en haber vivido una larga juventud en la que aún pretendió permanecer, la muerte tocó a las puertas del poeta, traductor y diplomático Mario Martínez Sobrino, uno de los integrantes de la llamada Generación del 50, y autor de una decena de libros, a quien ha reconocido el ensayista Enrique Saínz como «creador de una obra con estatura continental dentro de la mejor tradición del idioma».
Sabiendo ya de su ejercicio como creador y también como docente en su condición de profesor adjunto del Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García, donde formó con su saber a varias generaciones de diplomáticos, me llegué un día a la presentación de su libro A un lado de la noche, y la sencillez de este hombre me hizo considerarlo entre los grandes para siempre.
Mario había decidido presentar su Antología, rubricada por Unión, en la humilde barriada de Belén, donde nació en 1931, en pleno corazón de La Habana Vieja. «Fue un sueño mío hacer la presentación aquí, no quería que fuera en otro sitio, me encanta caminar por estas calles», me dijo.
Fascinado con la obra de los jóvenes, que en su opinión eran la poesía misma, los convocó durante años en su tertulia Aguas varias, en el capitalino Café Literario de 23 y G, donde lo vi realizarse, dando paso a la voz de los bisoños, y más tarde, con los mismos propósitos, en la librería Alma Mater.
Mario no acostumbraba a repasar sus textos una vez que quedaban atrapados en un libro. A algunos poemas, dijo, los echó en el olvido. Cuando tuvo, por motivos de fuerza mayor, que revisarlos, fue para él «acercarse a una suerte de relieves de sucesión, muerte y resurrección en otro y otro espíritu», que en el presente le explicó «sonidos y furias» de su vivir de las que tal vez él mismo no había sido aún consciente.
Sus versos, hechos, según escribió, de etapas de espíritu en circunstancias, recogen con igual intensidad los orígenes, la cubanía, el folclor, la ciudad y sus circunstancias, las preocupaciones más recónditas y también las más comunes y universales.
Particular realce cobran ahora, los versos dedicados al adiós definitivo de su padre: Tanto para empezar; y confundirse con estos ritos / casi vulgares de la experta Muerte, / que es muerte indudable / verdadera muerte, toda muerte (…) esta vez tu muerte (ya no respira…) / Dolor y amor míos.
Mas no así, a pesar de la nefasta nueva, será recordado este poeta «de gran linaje, sellada elocuencia, plenitud verbal y tensión emocional desbordante». No muere definitivamente quien sabe dejar su huella en el porvenir, educando, escribiendo buena poesía y sembrando espacios para que ella se dé, como lo hizo y seguirá haciendo Mario Martínez Sobrino, a plena luz del día.
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