
Comentaba con unos amigos a la salida de la función de Miguel Will —que se ha visto recientemente en la madrileña sala Galileo— “soy un público duro, incómodo para este tipo de espectáculos; no suelen complacerme las obras del llamado ‘teatro dentro del teatro’”.
Abundo rápido en el párrafo anterior exponiendo motivos y también señalando alguna excepción. De Pirandello y sus célebres personajes buscando autor para acá, suelen abundar esos títulos que se centran en la doméstica del escenario, y buena parte de ellos, para mi gusto, inundados por la retórica. Y al espectador suelen interesarle más otros temas que la trastienda donde habitamos los actores y los escritores. Con todo, hay obras con referencias a la vida teatral que adoro. Por citar un ejemplo rotundo: Morir del cuento, del gran dramaturgo Abelardo Estorino.
“Y el Hamlet de Shakespeare …” podría advertirme algún colega, y me facilita este comentario, pues Miguel Will toma como pretexto argumental lo que el dossier de la puesta llama una “más que posible” obra del genio inglés, llamada Cordenio, inspirada en los primeros capítulos del Quijote.
Desde ahora sumo a Miguel Will al sucinto manojo de obras con referencia escénica que he disfrutado plenamente. El actor y director Vladimir Cruz hace una lectura honda y eficaz del texto original de José Carlos Zomoza. Los sentimientos humanos, el lugar de la creación artística, hasta la utilidad del ejercicio de la duda reinan en una puesta en escena a la vez enjundiosa y dinámica.
Con el apoyo de un sobrio y expresivo marco escenográfico —que firma Álvaro Guerrero—, la puesta maneja bien el protagonismo de las disyuntivas de los personajes y de las interpretaciones del entrenado elenco y, sobre todo, ilumina las ideas en juego. Especialmente brillante, desde el plano textual y en su plasmación sobre las tablas, resulta esa idea de que para interpretar al inmenso personaje cervantino se precisaba una mezcla de bufón y de pensador; lograr que el público ría sin dejar de pensar.
El nivel de las interpretaciones constituye el sostén de este inteligente montaje. Vladimir Cruz asume un Will lleno de matices y con un decir claro y con cierto sabor a la época de Cervantes y de Shakespeare, pero a su vez con una proyección cercana y diáfana. Los muy experimentados Jesús Prieto y Rafael Ramos de Castro aportan encanto y sabiduría. Entrañables algunos momentos de Prieto, con ese Cervantes medio realidad, medio dulce fantasma.
Pocas cosas me agradan más en este sintético y complicado oficio de escribir reseñas que elogiar a un intérprete que en alguna otra ocasión aplaudí menos o hasta le señalé alguna carencia. Me sucede ahora con el pujante crecimiento artístico, la estilización de los recursos histriónicos que aprecio en Raquel Ramos y en Gabriel Buenaventura. Gabriel es cubano, como Vladimir y como algo sutil pero esencial del ritmo y la gracia que recorren esta formidable puesta en escena.
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Jose Angel Lopez dijo:
1
1 de junio de 2016
09:15:33
Leonardo Buenaventura dijo:
2
1 de junio de 2016
10:52:54
Julio Cesar dijo:
3
1 de junio de 2016
15:34:57
Javier Graham dijo:
4
3 de junio de 2016
11:34:45
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