
El teatro latinoamericano y caribeño vuelve a dialogar con nuestra escena en Mayo Teatral. En esta ocasión la temporada se dedica al teatro de grupo, base fundamental donde se desarrolla la mayor y mejor parte de la escena de América Latina desde que en los años 30 del pasado siglo se fundara el movimiento de teatro independiente.
Los dos grupos invitados que abrieron el pasado viernes la programación: Teatro Gayumba, de República Dominicana; y La Candelaria de Colombia, son también elencos cuyos aniversarios 40 y 50, respectivamente, el evento celebra.
Gayumba llegó a la sala Adolfo Llauradó con el unipersonal El Quijote no existe, escrito por el dramaturgo Jorge Díaz y actuado y dirigido por Manuel Chapuseaux. La obra, que le mereció a Chapuseaux el Premio Soberano como Actor del Año 2013 en Dominicana, muestra en escena las vicisitudes y lucha del escritor español Miguel de Cervantes por lograr que El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha se imprima sin ceder a las imposiciones del editor.
Con poco menos de una hora de duración, El Quijote no existe es un retrato de la situación del artista que se enfrenta a la incomprensión y al mercantilismo, en todas las épocas y latitudes.
Dinámica, divertida, sarcástica y, por momentos, trágica, la obra mantiene todo el tiempo un ritmo intenso que permite disfrutar cada parlamento, cada idea edificada de manera directa y sin preámbulos. Digamos que esta pieza dispone, en un sentido perfecto, de lo que llamaríamos economía dramatúrgica y escénica también. Solo una silla, una mesa y muchos papeles en blanco aparecen en el escenario que se convierte en imprenta, escritorio, casa editorial, campo de batalla, y calle…
El actor, por su parte, hace gala de su consagrado oficio y derrocha una capacidad expresiva rica en diferencias, visibles —sobre todo— en las transiciones que hace de un personaje a otro (llega a interpretar casi seis personajes distintos). Para ello no necesita Chapuseaux cambiar de vestuario ni nada que amerite una gran producción, delimita sus personajes por gestos, posiciones y voz. Clase de actuación, sin duda, donde demuestra que muchas veces un solo actor puede ser también un universo.
Mientras, La Candelaria colmó la sala Tito Junco del Brecht con Camilo, obra de creación colectiva —dirigida por Patricia Ariza— centrada en la figura del sacerdote guerrillero y profesor universitario Camilo Torres (1929-1966), un hombre representativo de la intelectualidad colombiana.
Danza, música en vivo, performance y video se combinan en esta puesta donde 13 actores y actrices “prestan su cuerpo” para ser Camilo, porque la teatralidad —como bien aclara su directora— permite esas licencias. Todos, entonces, son Camilo.
Reflexiones sobre la vida y el pensamiento del sacerdote, a partir de su itinerario político e ideológico suben a escena, donde no se hace un recorrido biográfico, no se narra con el principio aristotélico de inicio a fin sino que, más bien, se muestra una historia a nivel subjetivo: se personifican las pasiones, miedos, conflictos y convicciones de Camilo.
Los intérpretes se desdoblan en distintas dimensiones y aportan, con ello, disímiles visiones del sacerdote. El esfuerzo colectivo de esta representación se presenta como un todo, no como un conjunto de lecturas acopladas artificialmente. Los 13 actores son magistrales, no cabe otra palabra, como tampoco cabe resaltar la individualidad porque la colectividad así lo ha querido.
De los muchos mensajes que nos llegan con esta obra de La Candelaria hay que destacar, en especial, la crítica que hacen hacia la injusticia y la opresión al pueblo. Forma de teatro militante y de resistencia del elenco colombiano que, como expresa Graziella Pogolotti “durante medio siglo de trabajo e ininterrumpido crecimiento se ha entregado a un permanente ejercicio de desajenación (…) y se ha comprometido con la defensa de la paz y la justicia”.

La Candelaria ha logrado con Camilo una puesta elocuente, sólida, realmente dramática en el sentido entero de esta palabra. Las fórmulas que ha empleado, el trabajo con los actores, sus relaciones en la escena, ritmo, y desarrollo logran un resultado apreciable que desemboca en un espectáculo de calidad. Se honra a Camilo, que “vive” más allá de la muerte. La obra, digámoslo de nuevo, es un ejemplo para los teatristas dedicados a la investigación.
La agrupación derrochó profesionalidad en la sala cubana y más que ello, pasión por el teatro. Ni la falta de electricidad en la primera función —durante varios minutos— le impidió continuar su presentación. El público lo supo reconocer, respetó la constancia, el sacrificio y aplaudió largamente por ello.
Después de todo ver a La Candelaria en La Habana celebrando sus 50 años es todo un lujo.
Mayo Teatral continúa hasta el domingo 22. Hoy martes, en varias salas capitalinas se presentan Yuyachkani de Perú, Los Colochos de México, Ói Nóis Aqui Traveiz de Brasil y ViajeinMóvil de Chile.












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