
“Bladimir Zamora está muy mal de salud”, me decía este jueves Joaquín Borges-Triana cuando coincidimos en el primer concierto del Festival Musicabana. Joaquín se puso a repasar varias de las anécdotas que guarda sobre el “Blado”, desde que comenzó a compartir con él las páginas del Caimán Barbudo, las vaporosas peñas que lleva la revista adelante cada miércoles, y la inquietud por impulsar un periodismo sincero, claro y profundo. Mientras conversábamos sobre los grandes conciertos que hemos vivido en los últimos tiempos, Darío Alejandro, un joven y talentoso periodista, se nos acercó para darnos la noticia que no por esperada dejó de causar un fuerte impacto. “Blado ha muerto”, dijo y Joaquín reaccionó inmediatamente ante la pérdida. El mejor homenaje posible, sentenció, es el que le haremos en la próxima peña del Caimán. Leeremos sus poesías y los trovadores se reunirán para cantarle en una jornada muy larga. No hay otra forma de recordarlo.
Es cierto. Blado, como lo conocían entre sus amigos, murió este jueves en la noche a los 64 años y su pérdida no solo es un golpe bajo para la revista el Caimán Barbudo, sino también para el periodismo cubano. Porque los que conocieron a ese periodista, poeta y promotor cultural, nacido en 1952 en Bayamo, saben que dedicó buena parte de su obra a hurgar en ambientes sonoros que muchos no llegaban a ver, descubriendo a jóvenes trovadores que hoy son figuras reconocidas en el panorama musical cubano.
Blado, melómano irreductible, eligió, entre tantos destinos posibles, contar la historia de la música cubana, de la trova y traer a la superficie a figuras anónimas que él consideraba que con ellas el mundo de la música cubana sería mejor. Y casi nunca se equivocó. Hoy son bastantes los creadores que le agradecen a él las primeras reseñas de su obra, que los alertara sobre sus puntos débiles y les mostrara luego un posible camino a seguir.
Aparte de sus contribuciones al periodismo musical, también desarrolló una obra poética que mostraba en cuanta peña hubiera tanto en La Habana como en cualquier casa del joven creador de la Isla. Escribió textos que luego pasarían a integrar diversas antologías como Nuevos poetas 1974 (1975), Poetas de la Colina (1977), Imágenes de la mujer (1980) y Usted es la culpable (1985).
Para él uno de sus mayores tesoros fue la amplia colección de música cubana que guardó como una reliquia en la austeridad de su casa. Es la misma música que escuchaba sabiendo que a veces era la única manera de salir vivo y de seguir dándole voz a los noveles juglares para que expresaran lo que, para ellos, significaba ser un trovador en la Cuba de este siglo. Sí, un periodista o un crítico musical sabe que para no estar espiritualmente muerto tiene que mantener una actitud muy ética consigo mismo y con su profesión.
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Heidi dijo:
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7 de mayo de 2016
06:33:43
paco dijo:
2
7 de mayo de 2016
07:48:43
Jesus dijo:
3
7 de mayo de 2016
13:43:04
Eduardo Velasco dijo:
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7 de mayo de 2016
13:56:03
Andrés dijo:
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7 de mayo de 2016
14:53:17
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