TOKIO.- Cada edición de los Juegos Olímpicos es una crónica de la vida de seres humanos que, a fuerza de tanto abolengo y cualidades, casi sobrehumanas, lo vemos lejos de nuestra mortal existencia. Pero son como tú, como yo, como ellos y ellas.

Lo de Sho Sakai conmociona. Él es uno de los mejores clavadistas de Japón, pero paradójicamente padece de una extraña enfermedad que hace que su piel no soporte por mucho tiempo el agua. Con 28 años está en su segunda cita bajo los cinco aros, a pesar de poner en riesgo su salud.
Urticaria colinérgica es su padecimiento, que él mismo describe: «pasar más de una hora con la piel mojada se traduce en un dolor punzante como el de una aguja que se clava en la piel y, si bien la temperatura corporal baja puede mantener los síntomas controlados, es imposible para mí como atleta».

Matthew Richards decidió comprar una piscina de lona de tres metros de ancho, cinco de largo y uno de profundidad para su jardín, para evadir la COVID-19. Llevó la preparación a su casa hace 18 meses, y en esta ciudad, gracias al esfuerzo de sus padres y a su tesón, nadando con una cuerda atada a su cuerpo durante todo ese tiempo, en su debut olímpico alcanzó la presea de oro para Gran Bretaña en el relevo 4 x 200. La recompensa incluyó a su compañero Calum Jarvis, pues ambos se convirtieron en los primeros galeses en obtener un oro olímpico desde 1912.
A historia como estas se unen otras de hombres y mujeres que son casi invencibles, pero no infalibles ni perfectos. En una semana Tokío ha hecho caer a verdaderos templos deportivos, y ya es otra de las huellas, además de la COVID-19, el calor sofocante que ha provocado desmayos de varios atletas, o las alertas de tifones, que, por suerte, no han llegado.

El equipo de baloncesto de Estados Unidos, con sus estrellas de NBA, guiados por la estrella que es Kevin Durant, cedió ante Francia. No perdía desde 2004. La austriaca Anna Kiesenhofer dejó con la boca abierta a todos los entendidos del ciclismo al derrotar a más de 20 pedalistas con expedientes de lujo. Ella, doctora en ciencias Matématicas, probó y demostró que ganó por eso, porque las matemáticas son una ciencia exacta, tanto que calculó que a la escapada de 38 kilómetros de una advenediza nadie le haría caso; en su hipótesis estaba que si lograba, como lo hizo, un ritmo desafiante, no habría fórmula para alcanzarla. En su estreno fue reina y Austria logró su primer triunfo en ciclismo en 125 años.

Ahmed Hafnaoui, era olímpico y literalmente desconocido, tal vez hasta en su propio Tunez natal. Pero cuando salió de la piscina del parque acuático de la capital japonesa se transformó en uno de los más mediáticos de la semana, pues destrozó a los encumbrados tritones y sacó del agua el titulo en 400 metros libres.

Ashleigh Barty llegaba a Tokio como favorita, siendo la número uno del mundo en tenis femenino y ganadora de Wimbledon apenas dos semanas atrás, pero la australiana fue eliminada en primera ronda por la española Sara Sorribes, la 48 del ranking. Y no terminábamos de escribir esta conexión, cuando al gran Novac Djokovic, el número uno del mundo en ese deporte, también Tokio le hizo un panegírico y no estará en medallas.

El judo dejó en bronce al diez veces campeón mundial superpesado Teddy Riner, quien el pasado año, el 9 de febrero, ante el japonés Kokoro Kageura, se le quebró más de nueve años sin derrotas, con 154 victorias consecutivas. Ahora su victimario fue el ruso Tamerlán Bashaev, cercenándole el sueño del tercer oro consecutivo para igualar a Tadahiro Nomura, único judoca con tres coronas, en Atlanta-1996, Sidney-2000 y Atenas-2004.
El francés había dicho el pasado 9 de julio, al sistema de prensa de estos Juegos: «se puede ser el mejor del mundo mucho tiempo y en un segundo perderlo todo».