TOKIO.-En no pocas ocasiones se les exige a los deportistas, tanto los aficionados como la prensa, incluso varios directivos, más de lo que realmente puede soportar su condición humana.
Ya el atleta, en pos de superarse, de generar emociones indescriptibles en las tribunas y en los corazones de sus seguidores, se pone al límite de sus posibilidades.
No son una máquina, sienten, se duelen, se emocionan, son afectados por los mismos problemas que nos asedian. No son máquinas, ni superhéroes.
Y eso le pasa a cualquiera, sea de un país rico o pobre, desarrollado o en vías de desarrollo, de África o de la región nórdica. He visto salir este miércoles a Iván Silva compungido, sin poder hilvanar dos palabras ante la prensa.
El judoca de Matanzas, capitán del quipo masculino de Cuba, subcampeón mundial, iba en busca de una medalla y el sueño le duro menos de diez minutos.
Pudo haberle ocurrido a su rival, el turco Minhael Gzank. Rafael Alba, primer medallista de la Mayor de las Antillas en estos Juegos, al perder su primer combate en el taekwondo pidió disculpas al pueblo, a sus compañeros, a sus entrenadores y hasta a la prensa.
Una cosa es el compromiso y la vergüenza con los que se representa, que también es patrimonio de los atletas del mundo reunidos en esta fiesta deportiva, y otra cosa es lo que le demandamos.
Hay que volver, hoy y siempre, a la frase del restaurador de los Juegos, Pierre de Coubertin: «lo importante no es ganar sino participar».
Esa definición la tradujo Leila Martínez, integrante de la dupla cubana de voleibol de playa, cuando al caer ante Australia el pasado domingo nos dijo: «podíamos ganar o perder, pero si el resultado, o nuestro juego no fue el mejor, es porque no lo disfrutamos, nos ganó la presión».
Michael Phelps fue víctima de estados de depresión, el hombre que más medallas ha ganado en la historia de los Juegos Olímpicos, 28, 23 de ellas de oro, estuvo al punto hasta del suicidio en 2014. Por suerte, su amigo Ray Lewis, estrella del fútbol americano, y un libro, Una vida con propósito, del pastor Rick Warren, y la clínica de rehabilitación Meadows, devolvieron al tiburón de Baltimore al olimpismo.
Aquí estamos viviendo la historia de Simone Biles, la estrella de la gimnasia estadounidense y del planeta, con cinco premios olímpicos, cuatro de ellos áureos y 25 coronas mundiales, con una estela de triunfos ininterrumpidos desde 2013. Ella ha abandonado los Juegos.
NBC Sport ha contado que Biles dijo «tengo a veces la impresión de llevar el peso del mundo sobre mis hombros. Sé que debo desconectar y hacer como que la presión no me afecta, pero es duro a veces, los Juegos Olímpicos no son una broma”
Y claro que no lo son, se pasa mucho: sacrificios, entrenamientos, privaciones de la vida social, o de estar con la familia.
Eso no quiere decir que, como cualquier profesión, tienen una responsabilidad, pero como las de ellos y ellas es pública y con los corazones de sus files seguidores, me permito parafrasear al poeta: con ellos y ellas seamos un tilín mejores y menos fiscales.