Después de la tempestad, la pelota

Tras la tempestad, en Cuba, no viene la calma, sino un ciclón de voluntades y energías en procura del bien sin mirar a quién. Ese flujo de país unido, resistente, victorioso, incluye la pasión de su gente: la pelota.

Regresa como solo ella, en condición de patrimonio cultural, inscrita en los saberes populares para vibrar con cada envío, batazo o engarce de leyenda; pero también con la polémica, tras conocer un nuevo Equipo Nacional que estrenará en su puesto de mando a Germán Mesa durante la Copa América. «El mago» está consciente de la coexistencia de millones de directores junto a él.

Aunque la Serie Nacional número 64 mantiene lagunas tácticas, tanto a la defensa como a la ofensiva, con un pitcheo urgido de despertar, la temporada sí pasa por una reñida porfía. Hasta la vuelta a los diamantes, 12 de los 16 elencos están involucrados en la lucha por la clasificación a la postemporada, donde solo caben ocho plantillas.

Por eso el retorno plantea tres duelos claves, protagonizados por conjuntos ubicados entre los ocho de vanguardia. Holguín, sublíder, rivaliza con Artemisa, dueña de la quinta plaza; Santiago de Cuba, en el sexto peldaño, chocará con el octavo, Sancti Spíritus; mientras, el puntero Matanzas desafiará al tercero, Las Tunas.

Dicho cotejo llegará con fuerza de huracán y ocurrirá en las nubes de la campaña. Ambos planteles han copado las alturas de la montaña beisbolera en la última década.

Del Cuba, a riesgo de exponernos al juicio de la avezada afición, el seleccionado me parece coherente con las necesidades y argumentos expuestos para su conformación. Como cualquiera, me hubiera gustado Dennis Laza en la convocatoria, pero en lo personal quisiera más al mejor bateador, «el gallo mayor», Frederich Cepeda.

En tanto, aplaudo la apuesta por Alfredo Despaigne. Nunca olvidaré la expresión del entonces mentor de la Isla, Rey Vicente Anglada, cuando en los Panamericanos de 2007 le cuestionaron los turnos de tercer y cuarto bates, ocupados por el espirituano y el granmense, sin producir.

Entonces respondió: «búsquense a otro mànager para quitarlos, ese no soy yo». En los partidos cruciales de esa lid, por las medallas, se echaron el equipo arriba y la Mayor de las Antillas fue campeona.

Si a Laza y Cepeda –igual con Despaigne– los hubieran insertado en la nómina, nada harían en el banco. Pero a cualquier director en busca de velocidad y versatilidad ofensiva le sería muy difícil, casi imposible, dejar las aptitudes de Roel Santos, Yoelkis Guibert o las del fenomenal santiaguero Raidel Sánchez fuera de los titulares.

Comparto la opinión del inquieto y observador colega Boris Luis Cabrera: con la misma unidad y sentimiento de país, toca ahora apoyar a los peloteros escogidos. Junto a ellos saltaremos al terreno, halados por la garra de los Leñadores tuneros que los vuelve casi invencibles. Por cierto, si hoy no hallamos verdirrojos con la franela tricolor, mucho responde a lesiones de los hermanos Roberto y Jean Lucas Baldoquin.

Aprecio una escuadra con oportunidades de una alineación rápida y contacto capaz de paliar la falta de fuerza con el madero, aun cuando contamos con hombres de poder. Preocupa la defensa, a nuestro modo de ver, el punto más débil; sin embargo, la decisión de armar un grupo polifuncional, sobre todo en el cuadro, pudiera ofrecer la solución.

El cuerpo de lanzadores se ajusta a las tendencias actuales, pues exigen dominio en cada rol, según las diferentes fases del desafío. Por demás, la lomita exhibe una mezcla de juventud y experiencia, que bien manejada debe tributar decisivamente a un buen resultado.

Esta escuadra sí evidencia la transición generacional, al margen del abolengo y los años de algunos miembros. En ella repiten seis integrantes del conjunto del Panamericano Sub-23, cuatro desde el montículo. Queda, entonces, el examen panameño para esta nueva versión del glorioso uniforme de las cuatro letras.

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