Sí, seguimos con lo de la lista de talentos, aunque en conversación con el profesor Frangel Reynaldo, definimos el pasado sábado, en estas mismas páginas, que quienes aparecen en la relación son solo posibles candidatos a esa categoría, hasta tanto no confirmen sus cualidades en el terreno. Por supuesto, hay sus excepciones, pues Liván Moinelo y César Prieto, por solo citar dos, las han expuesto con creces en los momentos claves del juego.
Pero como ayer celebramos el Día del Niño en la mayoría de los países, incluyendo a la beisbolera Cuba, es oportuno acercarnos a este proceso de selección, que para tener éxito es vital su presencia en todas las estructuras, desde la escuela, que es la institución básica para cualquier proyecto futuro de la sociedad, hasta el pináculo de la elite, en este caso de la pelota.
En el deporte, y el béisbol no es la excepción, muchas veces excluimos al infante por chiquito o gordito, incluso, sin que nos muestre en el campo de juego lo que es capaz de hacer. ¿Cómo evitar que esto ocurra? Lo primero es cimentar o retomar la esencia del movimiento deportivo nacional, que pasa por el elemento participativo.
Si los criterios de captación solo tienen en cuenta las características físicas: talla, peso, longitud de las extremidades y otras, nos perderíamos la volitiva, esa con la cual el ser humano logra superarse así mismo, y que decide campeonatos. La identificación y desarrollo del talento es patrimonio científico, porque necesita de muchas ramas del saber; pero es imposible el éxito sin darle la posibilidad al niño (a todos) de mostrar sus capacidades. Por eso es tan importante centrarse donde la pirámide es más amplia, en su base; de lo contrario, como nos pasa aún hoy, se invierte e involuciona el desarrollo.
En esa parte más ancha están los niños, con todas sus energías, y allí debe estar el profesional capacitado, con lo que llamamos ojo clínico para detectar, más allá del tamaño o la corpulencia. Sobran ejemplos en el mundo deportivo de grandes luminarias, cuyos indicadores físicos los apartarían. El planeta no hubiera gritado jamás un gol de los argentinos Lionel Messi y Diego Armando Maradona; en el baloncesto nadie conocería al base francés Tony Parker, con solo 1,88 entre gigantones de la nba, durante 18 años, y el venezolano José Altuve, con sus escasos 1,68 de estatura, sería un don nadie y no un «monstruo» campeón de bateo en la mlb en 2014, 2016 y 2017.
Para no ir tan lejos, aquellos entrenadores y las mayores posibilidades de jugar, le dieron a nuestra pelota a estrellas gigantes como el elegante Javier Méndez; el muy seguro campo corto Rodolfo Puente; el singular Germán Mesa, en la misma posición; nos dejaron ver a Carlos Tabares, en 2003, dar 32 pasos felinos para engarzar un out de leyenda; nos regalaron la invencibilidad de Ermidelio Urrutia y la combatividad de Danel Castro, y por suerte, en Granma, salvaron de la exclusión a Alfredo Despaigne, para que pudiéramos hoy disfrutar de sus jonrones.
En la actual idea de identificación y desarrollo del talento, como parte de la estrategia nacional del béisbol cubano en busca de volver a despegar, se ha tenido en cuenta este elemento. Nos explicaba Ernesto Reinoso, director nacional de béisbol, que «el propósito es que el trabajo irradie en la base y se solidifique en ella». Si los municipios y provincias son capaces de contar con sus listas, la labor del grupo nacional de entrenadores y el futuro centro de entrenamiento cubano de pelota contarían con una mejor materia prima –por demás, puramente nacional– y, seguro, con otros pequeños gigantes.









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