
PINAR DEL RÍO.–Los alimentos y las medicinas escasean en el improvisado hospital de campaña. Un brote de paludismo les impide seguirse moviendo. Lo intrincado del paraje, en medio de la serranía, es la única protección, cuando son atacados por una columna española.
Isabel Rubio, la heroica Capitana de Sanidad del Ejército Libertador, nombrada nada menos que por Antonio Maceo, los encara: «¡No disparen, que somos mujeres, niños y heridos!», les grita, cuando una descarga de fusil la derriba.
Tiene 60 años cumplidos, pero su voluntad continúa intacta. Entre los patriotas cubanos, sigue siendo la recia mujer que lideró el movimiento conspirativo en Occidente, y que a pesar de su edad, se negó a marchar al exilio, para permanecer en la manigua, curando a los mambises.
Por eso después de apresarla, sus captores la obligan a caminar varios kilómetros hasta el poblado de San Diego, y más tarde le prohíben a su hermano, uno de los médicos más prestigiosos de Pinar del Río, que la traslade a su clínica para tratarle la herida de bala que tiene en una pierna.
Isabel es un símbolo y debe morir.
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Había nacido el 8 de julio de 1837 en Paso Real de Guane –un pequeño poblado en el extremo occidental de Pinar del Río que hoy lleva su nombre–, y sufrido avatares de todo tipo.
A los seis años se quedó huérfana de madre, y luego le tocaría perder a varios de sus hijos.
Aun así, cuentan que se distinguió siempre por su avanzada concepción humanista y por sus ideales en contra de la dominación española.
En la preparación de la contienda de 1895, desempeñó un papel primordial.
A diferencia de lo ocurrido durante la gesta del 68, esta vez el gobierno español tuvo que declarar el estado de guerra en Vueltabajo.
La incorporación de Occidente respondía a la destacada labor organizativa de un grupo de patriotas. Entre ellos, sobresalía Isabel Rubio.
El hecho de que una de sus hijas viviera en Estados Unidos, le había permitido viajar frecuentemente a ese país sin levantar sospechas, por lo que se convirtió en un elemento clave de contacto con la dirección de la revolución en el exilio.
Se afirma que esa relación incluyó a José Martí, aunque no existen pruebas de su encuentro con el Apóstol, más allá de ciertas referencias que este deja en sus cartas.
En la que enviara a Máximo Gómez en 1893, por ejemplo, le habla de tres grupos conspirativos en Pinar del Río, que «se extienden hasta el extremo occidental», y un año después le asegura a Maceo haber recibido buenas noticias «¡quién lo dijera! de toda Vuelta Abajo».
El historiador Juan Carlos Rodríguez, es de los que siempre ha defendido tal hipótesis. «Es cierto que no hay documentos que lo corroboren explícitamente, pero existen indicios que sugieren que ese intercambio con la emigración cubana, la llevó a conocer a sus principales dirigentes, como el hecho de que viaje a Estados Unidos sistemáticamente durante toda la década de 1880, o que su hija esté casada con el coronel mambí Enrique Canals, quien había formado parte del estado mayor de Máximo Gómez», dice.
«Además, está la familiaridad con que Maceo la acoge durante la Invasión, las cartas que se cruzan, todo eso evidencia una relación anterior entre ellos.
«Aunque faltan las fuentes, siempre lo hemos concebido así, de esa forma», señala Juan Carlos.
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En enero de 1896, tras recibir en su casa al Lugarteniente General Antonio Maceo, durante la Invasión, su vida da un vuelco definitivo.
Isabel tiene entonces 58 años, y las personas más allegadas le han sugerido seguir apoyando la causa desde el exilio; pero tras aquel encuentro con el General Antonio, decide que será otro su destino.
«Necesito practicar lo que propagué», dicen que afirmó antes de reunir todos los medicamentos a su alcance, tomar a los dos nietos pequeños que tenía a su cuidado, y partir tras los mambises, para continuar respaldando la contienda
que había ayudado a organizar, curando heridos.
Durante alrededor de dos años, su pequeño hospital ambulante se mueve por la provincia, conforme a las exigencias de la violentísima campaña que libraba el Titán de Bronce en la región.
En el Barrigonal, recibe el nombramiento de Capitana de Sanidad del Ejército Libertador, otorgado por el Lugarteniente General, junto con la orden de trasladarse al este del territorio, donde se necesitaban sus auxilios y las condiciones eran más favorables.
«Maceo siempre estuvo preocupado por la protección del campamento, porque estuviera en lugares seguros», asegura el historiador Juan Carlos Rodríguez.
Con su tropa de mujeres, niños, enfermos y una exigua escolta, emprendió el viaje. La fuerte presencia militar los hace dar rodeos, atravesar ríos, marchar ocultos a través de 150 kilómetros.
De 25 a 40 personas, entre camilleros y asistentes, garantizan el funcionamiento del hospital, que luego de radicar en varios puntos entre Bahía Honda y San Diego de los Baños, se establece en el sitio conocido como Seborucal.
El 12 de febrero de 1898, luego del sorpresivo ataque en el que es herida en una pierna, su salud se agrava rápidamente por la falta de atención.
Tres días después, ante el notario que redacta su testamento, insiste en señalar que se halla prisionera y exige como primera voluntad, ser enterrada con sus ropas de mambisa.
Son las tres de la tarde, según el documento. Las manos temblorosas ya no la obedecen, y tiene que pedirle a un testigo que firme en su lugar. Sin embargo, la capitana Isabel Rubio no siente miedo a morir por Cuba libre.









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Pérez Nápoles dijo:
1
8 de julio de 2017
03:23:02
Adriana dijo:
2
8 de julio de 2017
13:39:22
jose oscar vilaso agara dijo:
3
9 de julio de 2017
11:04:41
leonardo dijo:
4
9 de julio de 2017
11:12:00
Gisela dijo:
5
25 de junio de 2024
11:44:01
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