Lo hemos dicho una y mil veces: no vivimos en una sociedad perfecta. Hecha por mujeres y hombres, como diría el poeta trovador Pablo Milanés: «(…) quien la hizo cambiar y no perecer, no le complacen todas las cosas, pero por esto da ya la vida».
Es cierto que tenemos problemas de abastecimiento, que tenemos que hacer largas colas o comprar a sobreprecio alimentos y otros productos imprescindibles; es cierto que la vida en Cuba se hace difícil, que el transporte parece empeorar a diario y que asoman a cada rato los infames apagones; es cierto que hay gente abrumada por los problemas, gente que decide buscar fortuna en otras costas.
Todo eso es cierto.
Pero también es cierto que este pequeño país ha sufrido desde hace más de medio siglo una guerra sin tregua ni miramientos, que somos sometidos a un bloqueo económico genocida que no tiene paralelo en la historia moderna, que somos diana de un bombardeo mediático inmisericorde.
A los revolucionarios, a los que estamos comprometidos con este proceso más allá de la escasez y de la precariedad, a los que seguimos creyendo en los ideales del socialismo, nos queda resistir, mejorar, cambiar todo lo que deba ser cambiado. En eso también consiste no darle al imperialismo «ni tantico así», como diría ese otro poeta llamado Ernesto Guevara.
Los momentos difíciles no desaparecerán de golpe ni dejarán de aparecer en el camino. En la canción Cuba va, con la voz de Silvio, seguimos escuchando aquellos versos inmarcesibles: «Puede que algún machete se enrede en la maleza, puede que algunas noches las estrellas no quieran salir. Puede que con los brazos haya que abrir la selva (…)».
La historia ha demostrado que el enemigo no dará cuartel, ni siquiera en medio de una pandemia. Al contrario, es probable que en nuestras más complejas circunstancias, arrecie sus ataques y acreciente su agresividad. La historia también ha demostrado, no obstante, que no depende del enemigo que sigamos aquí, en este punto del mapa geopolítico que nos hemos ganado a sangre y fuego. En última instancia, solo nosotros podremos destruir lo que hemos creado.
La suerte es que han pasado muchos años y aún seguimos sin aprender a rendirnos. Tozudos, recalcitrantes, sempiternamente incómodos, los revolucionarios hacemos valer cada día una máxima martiana que es, a la vez, una suerte de mantra: «El verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber».
Incluso, si llegara el día en el que fuéramos minoría, incluso si fuéramos derrotados, seguiríamos guardando celosamente esa semilla de esperanza que germinó en nuestra isla. Es popular aquella frase que habla de los que nos quedamos a «apagar el Morro», esos que supuestamente iremos languideciendo cuando los demás hayan abandonado el barco. Incluso, si solo fuéramos un puñado, no dejaríamos que esa luz se extinguiera.
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Guido dijo:
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