
Según el reconocido ensayista, investigador y financiero estadounidense Nassim Nicholas Taleb, el primer paso para solucionar las crisis económicas y financieras mundiales es abolir el Premio Nobel de Economía. Se trata de un sarcasmo, obviamente, pero tras el aparente sofisma subyace una dolorosa verdad. Parece un sinsentido presumir que tales visionarios sean capaces de establecer reglas de prosperidad para todos, en un sistema de relaciones económicas donde solo un pequeño número de personas son «ganadores», en contraposición a una amplia mayoría de «perdedores».
Durante la presentación de su volumen autobiográfico Sinceramente, en la Feria del Libro de La Habana de 2020, la expresidenta argentina Cristina Fernández comentaba al respecto: Un sistema de medios de comunicación presenta a las «voces autorizadas» como si la economía fuera una ciencia oculta en la cual los gurús o brujos de la tribu explican a la gente común lo que realmente debe hacerse.
Pero, ¿si los datos demuestran que el 1 % de los habitantes del mundo acumula tanta riqueza como el
99 % restante, los tales expertos no deberían explicarnos primero por qué sus fórmulas mágicas han terminado convirtiendo en más ricos a los ricos, mientras los pobres son cada vez más pobres? ¿Será que nos lanzan el tarot con las cartas marcadas?
Es milenaria la técnica que estos gurús emplean para embaucar. Tanto como la pitonisa del Oráculo de Delfos, o la Sibila de Cumas, acuden a cierto lenguaje esotérico, abundante de expresiones ambiguas, enredadas; cercanas a las razones; pero nunca a la claridad de ellas, de modo que la interpretación definitiva se alimente de la buena fe o la credibilidad del receptor.
En Cuba, no carecemos de gurús capaces de cada día señalarnos las mejores rutas hacia el Ofir: aquellas famosas minas del rey Salomón, pródigas de oro, plata y piedras preciosas. Por ejemplo, ayer leía yo en cierto medio contrarrevolucionario financiado desde Estados Unidos, las asombrosas recetas que nos daba el doctor en Economía Mauricio de Miranda Parrondo, profesor titular de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali.
Tras «demostrarnos» el «rotundo fracaso» de nuestro sistema, pasó a explicarnos cómo vencer tanto desastre. Lo primero, dice, es desmontar nuestro modelo económico donde el estado centraliza la distribución de productos básicos –cuestión que es de vida o muerte para un país bloqueado–, y dejar ese asunto en manos privadas. O sea, la solución sería adentrarnos en los jardines del Edén del dios mercado, donde uno sacude las matas y caen IPhones y Mercedes Benz. Cómo decía aquel eslogan de los años 50, cuando media Cuba se moría de hambre: ¡Usted también puede tener un Buick!
Un viejo refrán avisa que el hábito no hace al monje. Lo traigo a colación porque a pesar de su responsabilidad titular en una Universidad colombiana –consagrada como está a San Francisco Javier: misionero jesuita, defensor de los pobres– jamás vemos que el señor Parrondo se asome a la ventana de su departamento para explicarnos cómo mitigar la miseria extendida a su alrededor.
En diciembre pasado, la Cámara de la Industria de Alimentos de la ANDI, en alianza con la Red de Bancos de Alimentos de Colombia (Abaco), presentó un estudio sobre la situación nutricional en Colombia, en el cual se muestra que, previo a la pandemia, el 54,2 % de la población vivía con algún grado de inseguridad alimentaria y alrededor de 560 000 niños padecían de desnutrición crónica.
Tan solo en La Guajira, el año pasado murieron de hambre 40 niños. En otros departamentos la situación también es grave: en Chocó fallecieron 17 infantes por causas asociadas a la desnutrición severa; en Magdalena 13, y en Cesar, 11. Según el Instituto Nacional de Salud (INS), a la semana 32 de 2021 se notificaron 8 545 casos de niños menores de cinco años con desnutrición aguda.
Apuntemos que Colombia es el segundo país de América Latina con mayores recursos de agua y diversidad climática; además, cuenta con unos 40 millones de hectáreas disponibles para producir cualquier tipo de alimento: son recursos que envidiaría cualquier otra nación del mundo. Pero bueno, la preocupación de este señor gurú es Cuba, donde la desnutrición infantil es cero.
Cabría preguntarse: ¿Por qué las recetas del señor Parrondo no funcionan para Colombia? ¿En ello tendrá que ver el agujero en la capa de ozono?, ¿los ectoplasmas que no fluyen bien en determinadas coordenadas geográficas? No conjeturemos: quizá solo sea porque estamos en presencia de un monje posmoderno, cuya labor piadosa no se realiza in situ, sino online, según corresponde a la era de internet.
Continúa explicando Mauricio de Miranda: «Ya he propuesto adoptar un tipo de cambio flexible, con una banda de intervención del Banco Central, lo que ha rechazado el ministro con el argumento de que de esa forma sería afectada «la mayor parte de la población». ¡Vaya fatigosas construcciones!: «cambio flexible», «banda de intervención del Banco Central», y finalmente el mal ministro que no se da cuenta de algo tan sencillo y sumamente efectivo para la salud de la economía nacional.
¿Pero, en verdad, qué nos está recomendando este señor? Aclaremos primero que no es el único experto en proponer semejante medida impopular, típica de las llamadas «terapias de choque», engendro creado por el economista liberal Milton Friedman, sino que últimamente toda una monocorde congregación de «monjes» repite lo mismo como si entonaran un canto gregoriano.
Simple y llanamente, la propuesta significa devaluar el peso cubano respecto del dólar, de modo que la tasa de cambio pase de 24 por 1, a, por ejemplo, 48 por 1. El lector no avisado quizá diría: ¡perfecto!, de ese modo puede que baje la tasa de cambio informal; pero ¡ojo, no se quede con la impresión inicial! Lo primero que pasará es que los precios se dispararían, mientras usted sigue ganando lo mismo.
Por ejemplo, la gasolina que hoy se expende a 30 pesos el litro, pasaría a costar 60. La diferencia no la va a asumir el presupuesto del Estado: sería seguir en lo mismo. De modo que cuando usted se monte en un «almendrón», el chofer le dirá: Lo siento, amigo, pero tengo que sacar para la gasolina, así que ya no es 20, ahora es 40.
En fin, todos los combustibles costarían el doble en moneda nacional. Así, sería también el doble la tarifa eléctrica, el transporte, el gas de la calle, el paquete de datos, y hasta el pollo y el arroz de la cuota, porque todos esos productos tienen precios referenciados a su equivalente en el mercado mundial.
Pero no será lo único. El campesino le dirá: lamento subir el doble la malanga y el boniato, pero se me disparó la tarifa eléctrica para el riego, y también el combustible para el tractor, y luego eso mismo le dirá el de la cafetería, y todo el que tenga un negocio, y, en fin, vuelvo a recordarle que su salario seguirá siendo el mismo en moneda nacional.
Según Lord Byron, la mejor profecía del futuro es el pasado. Quiero decir, ya antes hemos visto a dónde han conducido las terapias de choque en los países donde se han aplicado. Estas siempre impactan, en primer lugar, sobre los bolsillos de quienes viven de un salario.
En cualquier caso, si alguna duda hemos tenido de lo que se oculta tras semejantes oráculos, hace una semana nos lo confirmó la propia Embajada de Estados Unidos en La Habana. Twitter mediante, proclamaron a los cuatro vientos la queja de que el Gobierno cubano no hacía caso de sus economistas.
¿A cuáles economistas se refieren aquellos que llevan más de 60 años tratando de rendirnos por hambre? No, obviamente, a los miles que a diario se esfuerzan para que nuestras empresas sean más eficientes y generen más productos: única manera posible de prosperar y vencer la inflación. Se refieren a sus iluminados gurús, esos que solo tratan de sembrar vientos para que recojamos tempestades. Como afirma la máxima jurídica: a confesión de partes, relevo de pruebas.
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Gualterio Nunez Estrada dijo:
1
21 de febrero de 2022
13:52:28
Eduardo dijo:
2
21 de febrero de 2022
15:52:23
Felipe Hernandez dijo:
3
21 de febrero de 2022
19:24:00
Gina dijo:
4
25 de febrero de 2022
17:58:14
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