ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Todos lo hemos sentido alguna vez: esa sensación de estar en un lugar, escuchar una frase, ver algo que parece hemos experimentado antes, en algún momento. A dicha sensación, denominada en francés «déjà vu» (en español, «ya visto»), se le han atribuido miles de explicaciones y significados, desde elucubraciones psíquicas, consideraciones sobre la metempsicosis y teorías neurológicas, pero lo cierto es que no tiene aún una explicación única y definitiva. Y así, pletórico de misterio, el término se infiltró en el vocablo popular, y a situaciones que nos parecen comunes o ya desandadas, solemos catalogarlas de esa manera.

El fin de un año es un momento de abundante déjà vu. Las costumbres que se repiten, ese sentimiento de que el año se fue volando, las tarjetas cursis de felicitación, los buenos deseos: todo se va acumulando en la memoria y uno se siente, a veces, atrapado en un loop. Con estilo monárquico, un año se muere… ¡y que viva el año nuevo! Uno detrás del otro, como peldaños de una escalera, que algunos hallarán descendente y otros, en cambio, apuntando al cielo, como aquella famosa canción de Led Zeppelin.

Este año 2021 que llegó a su fin nos trajo su propio y peculiar déjà vu, precedido por un 2020 nefasto, año del brote de la pandemia y que, en diciembre, parecía iba a ser un vago y molesto recuerdo, de esos que uno empuja hacia el fondo de la memoria para que se ahogue en las aguas del olvido. A las alturas decembrinas de 2020, en Cuba teníamos cifras muy bajas de contagio, nos llenábamos de un optimismo altanero, la palabra “victoria” se hacía cliché. La gente, nosotros, todos, de alguna u otra forma, llegamos a pensar que lo peor había pasado y que 2021 sería un año mejor.

Pero 2021 tenía otros planes y trajo consigo el peor rebrote de la enfermedad: ocho mil cubanos murieron y, aunque todas las pérdidas humanas son devastadoras, algunas resultaron particularmente sensibles, como la de pacientes pediátricos y embarazadas. El pasado fin de año celebramos un triunfo que se nos deshizo en las manos. En este nuevo año no podemos ocultar las ganas de celebrar otro triunfo, el de las vacunas, el de nuestros científicos. Y, entonces, se desencadena el ominoso déjà vu: ¿será que volverá a empeorar la situación epidemiológica?

Los casos, que llegaron a rozar los límites mínimos, comienzan a aumentar de nuevo. Si llegamos a poder contar con los dedos de las manos los contagios en una provincia, ya ahora las cifras se tornan de dos y hasta tres dígitos. Ómicron, esa olvidada letra griega que hoy acapara titulares, coronada por el virus, se esparce por el planeta. Es menos letal, dicen, pero pareciera que nadie escapa. Cien mil casos diarios en España, récord en La Florida, pánico absoluto en las naciones desarrolladas y callado horror en el tercer mundo, sobre todo en África. Cuba, en medio de una peliaguda lucha contra la escasez, la inflación, la injerencia imperialista y el bloqueo, no escapó de la nueva variante.

Sí, pareciera que vivimos lo mismo: un fin de año alegre previo a un año terrible, durísimo, la calma antes de la tormenta. Pero no estamos en las mismas condiciones: nuestro país es el segundo a escala global en índice de vacunación, el de más bajo índice de mortalidad por Covid en América, ya tenemos tres vacunas y dos candidatos en proceso de aprobación, se avanza en la administración de una dosis de refuerzo.

¿Quiere decir esto que podemos dormir tranquilos? Lamentablemente, no. Por muy eficaces que sean nuestras vacunas (y lo son), por muy sacrificado que sea nuestro personal de salud (y lo es), la batalla principal contra la pandemia se libra desde la responsabilidad individual de cada ciudadano, en la disciplina de la que podamos hacer gala como sociedad. De nosotros depende de que este déjà vu sea solo eso: una sensación; y que 2022 no resulte ser una fatídica copia del año que acabamos de despedir.

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