La antigua separación entre un socialismo cubano y uno partidario del movimiento comunista de orientación soviética se había resuelto a través del triunfo del cubano, mediante la insurrección victoriosa y la revolución socialista de liberación nacional. Pero después de 1959 se configuraron diferentes posiciones respecto a la transición socialista dentro del campo revolucionario que, aunque podían referirse a aquellas dos tendencias básicas, en los años 60 estaban mediadas por los hechos, las situaciones complejas, los dilemas y las opciones que enfrentaba la Revolución en el poder. Las polémicas de aquellos tiempos son una expresión parcial de las contradicciones y los conflictos que se vivían; la libertad y la ausencia de temores con que se libraron expresaban las potencias formidables desatadas por un proceso que sabía que estaba obligado a ser intencionado y creador, impulsor de la conciencia y el criterio, autocrítico y expositor de sus propias contradicciones y defectos, movilizador de voluntades y forjador de consensos de hombres y mujeres revolucionados.
Pero esos debates hermosos no son ejercicios de libertades secundarias para solaz de lectores «objetivos» actuales.
Contienen testimonios de encrucijadas que pueden resultar de vida o muerte para un pueblo, elementos para la búsqueda de decisiones acertadas en un proceso de liberación, repertorio de cuestiones cuya vigencia es permanente, y constituyen una gran enseñanza que nos brinda nuestra historia.
Fidel debió asumir sobre todo las funciones de dirigente supremo y de educador popular, y el Che, que desempeñó un cúmulo de responsabilidades prácticas en numerosos terrenos, elaboró al mismo tiempo en aquellos años una obra teórica que es el más importante monumento intelectual de la Revolución en su primera etapa. Ambos estaban forzados a ser polémicos, y lo fueron a cabalidad. Recordemos, solo para ilustrar esa cuestión cardinal, que ellos sostuvieron que nuestra revolución socialista no podía sujetarse a «etapas» que «cumplieran tareas», lo que la hubiera reducido a convertirse en un régimen intermedio de dominación. Que para ser socialista y comunista en los países que habían sufrido el colonialismo y el neocolonialismo era ineludible ir mucho más lejos que la mejor evolución: había que subvertir, romper, crear, transformar profundamente a las personas, sus relaciones, las instituciones y la sociedad, una y otra vez.
Que a diferencia del pensamiento clásico y de la magna consigna de aquel momento, había que hacer el socialismo primero, para desde él aspirar al desarrollo. Que el socialismo es un puesto de mando sobre la economía: sostener que ella «se dirige a sí misma» es una piedra miliar de la ideología del capitalismo. Que hay que crear riquezas con la conciencia, no conciencia con las riquezas.
Desde hace varias décadas vengo escribiendo y hablando sobre el Che, su específica concepción teórica y la gran batalla intelectual que libró dentro del campo revolucionario, el entramado que tejió entre la producción de ideas, la conducta, la actuación y la formación de una cultura de liberación, las experiencias prácticas que condujo y aspectos determinados de su vida y su obra. Esto incluye análisis circunstanciados de El socialismo y el hombre en Cuba. No repetiré nada de ello en este prólogo, por no alargarlo aún más, pero sobre todo porque nada puede sustituir el estudio de este ensayo del Che. Constituye un gran acierto hacerlo reaparecer en su cincuentenario, trayendo su luz inmensa al escenario problemático de la Cuba actual.
Me permito sintetizar solamente una aproximación general a su extraordinaria riqueza. El socialismo y el hombre en Cuba es, desde el propio título, una exposición acabada de la dialéctica necesaria para la creación del socialismo y el comunismo, que relaciona al individuo –«actor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de una comunidad»–, la masa, los dirigentes, la conciencia, la producción, el trabajo, la educación, la coerción social, las relaciones mercantiles, el subdesarrollo, los estímulos morales y materiales, la vanguardia, el Estado, las instituciones, la comunidad, el arte, la juventud, el partido, el revolucionario y el internacionalismo proletario. Y lo hace siempre en función de la creación entre todos de un hombre nuevo, que deberá desarrollarse «por métodos distintos a los convencionales», y avanzar hacia «la última y más importante ambición revolucionaria, que es ver al hombre liberado de su enajenación».
La ideología regida por las leyes «objetivas» derivadas de «lo material» puede servir para fundamentar instituciones y para obedecer orientaciones que no transgredan lo esencial del orden existente, puede «enseñarles» a todos qué es lo correcto y qué no lo es. Ella obliga al individuo, lo subordina a la necesidad; su función no es desatar sus fuerzas ni sus iniciativas, ni alentarlo a saltar más allá del terreno acotado. Es natural que para ella el ser humano no ocupe un lugar central. El Che reclama que el factor subjetivo sea el dominante en toda la época histórica de la transición socialista, y que en ella ocupe un lugar central el ser humano en revolución y revolucionado por la práctica, que se cambia a sí mismo junto con la sociedad, se realiza en la actividad revolucionaria y trasciende el individualismo y el egoísmo al ejercer el trabajo, la organización, la lucha, la solidaridad o los sacrificios.
La creación de otra realidad desde la existente, sin lo cual no hay socialismo, tiene que incluir el espíritu crítico, fomentar la independencia de los criterios y la capacidad de pensar y valorar con cabeza propia, y aprender a distinguir los caminos, sus implicaciones y sus resultados. A la par que participaba en el duro y hasta agobiador trabajo cotidiano, el Che analizaba los graves peligros de copiar mecánicamente y no ver los callejones sin salida del socialismo que llamaban real, y se oponía al burocratismo, la inercia y la resignación a lo que existe. Y logró –al mismo tiempo– reflexionar sobre la circunstancia en curso, la actuación inmediata y los métodos y fines mediatos, y teorizar acerca de los asuntos fundamentales.
Este texto, y la obra entera del Che, pueden ser de gran valor como instrumento para comprender las circunstancias y los problemas actuales del mundo, plantear conductas acertadas y estrategias viables frente a ellos, y combatir el formidable desarme ideológico al que han sido sometidos los pueblos en las últimas décadas.
En cuanto a Cuba, envuelta en un proceso y abocada a una coyuntura cuya conjunción puede tornarse decisiva para el gran movimiento histórico iniciado aquí hace 60 años, hay que decir que el pensamiento del Che está como suspendido en una región brumosa, separado del fervor que siguen despertando su actuación, su trayectoria y su ejemplo. Sintetizo lo que podríamos recibir si asumimos todo el Che:
- Un referente ético y político general socialista sin igual, fortalecido por su consecuencia y su ejemplo
imperecederos, por su caída heroica y por ser nuestro;
- La confianza, que hoy resulta vital, en lo que sí es posible hacer y lograr para volverse superior a las circunstancias;
- Las experiencias prácticas que puso en marcha en la economía cubana, sus instrumentos e ideas, y su articulación con su concepción general de las transformaciones revolucionarias de las personas, las relaciones sociales y las instituciones:
- Un extraordinario instrumento teórico –conceptos, preguntas, ideas, hipótesis, principios– y el método dialéctico marxista que el Che utilizó en el análisis de las realidades, los conflictos y los proyectos de Cuba, América Latina y el Tercer Mundo;
- Una crítica revolucionaria marxista de las realidades y las teorías del capitalismo y el socialismo;
- Un cuerpo de pensamiento idóneo para realizar análisis concretos;
- Una de las fuerzas principales con que contamos en el terreno, tan urgido de trabajo eficaz, de la formación política, ideológica y cultural.
Hace 25 años, al terminar de escribir un libro sobre la concepción teórica y la batalla intelectual del Che, le puse al inicio un epígrafe que tomé de José Martí: «El único hombre práctico, cuyo sueño de hoy será la ley de mañana». Quise hermanar así el sentido de las ideas, los proyectos y las vidas de dos de los más grandes revolucionarios radicales de la historia de Cuba, y enfatizar el valor, el alcance y la función de esa corriente, que es fundamental para nuestro futuro.
La posteridad de los grandes no depende de ellos, sino de aquellos que, en nuevas situaciones y con nuevas actuaciones e ideas, reivindican y utilizan su legado. El socialismo y el hombre en Cuba tiene mucho trabajo por delante.
* Filósofo, educador y ensayista cubano (1939-2017)
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Orestes Oviedo dijo:
1
24 de enero de 2018
10:00:24
Yordiel Borrego Pérez dijo:
2
29 de enero de 2018
13:26:55
Yordiel Borrego Pérez dijo:
3
29 de enero de 2018
13:39:15
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