TORONTO.--Si la vida en nuestro convulso mundo transcurriera en paz y armonía como la hemos vivido estos últimos 15 días en los XVII Juegos Panamericanos, estarían de más las guerras, las ambiciones y la maldad.
Un evento como este, en el que se impusieron 83 records para el continente, requiere de una logística que solo quienes hacen del arte de la organización su razón de ser son capaces de guiarla a punta de lápiz de principio a fin.
Canadá hoy siente orgullo, porque cuando salió a buscar al ejército de voluntarios para atender diversas tareas en las instalaciones, se ofrecieron más de 60 000 personas dispuestas a ser seleccionadas o no, porque únicamente escogerían a una tercera parte. Estos colaboradores mostraron inusitado interés porque su país brillara ante los ojos de más de 6000 deportistas visitantes, como la señora de unos 60 años que, a la salida del Metro en la avenida College, aguardaba porque los pasajeros emergieran a la calle por la salida donde ella se apostaba para, una y otra vez, a viva voz, repetirles la cercana dirección donde ese día jugaban un interesante partido de baloncesto.
Pero con solo exhibir un adecuado montaje de las competencias no se llenan las expectativas de quienes ponen tierra por medio para juzgar --sin influencias externas-- cómo transcurren las acciones dentro de los centros deportivos, ese implacable juez es el público. Los anfitriones construyeron más de diez salas nuevas y otras 15 fueron remodeladas, para encantar a una afición que colmó los escenarios, así lo vimos, por ejemplo, en la discusión del oro en el voli de playa femenino, donde, a pleno sol desbordaron el graderío sin perderse ni un detalle hasta el final.
También la entrega y valentía de los atletas de los 41 países participantes realzaron la cita. Un kayacista brasileño ganador del oro en su regata, confesó a la prensa su dedicación al deporte aún cuando competía desde hace años con un solo riñón. O el cinco veces campeón mundial de taekwondo que, tras sufrir una grave lesión en uno de sus hombros, no abandonó la competencia y su empecinado interés lo convirtió en medallista bronceado. Y hubo más, mucho más, porque la rivalidad fue en aumento en tanto el calendario se achicaba día a día, mientras el medallero fungía como medidor de la salud deportiva del continente.
Hubo naciones con muchas medallas, otras apenas lograron alguna. Todos dieron el máximo, sin importar qué precio le exigía el representar con orgullo a su patria, esa que fue aplaudida a su paso ante las tribunas en la ceremonia inaugural. Esa noche, en un estadio Roger Centre repleto a más no poder, quedó sellado el compromiso de cuantos vinieron acá a darlo todo por su bandera.
Hoy se extraña el ir y venir de miles por las calles de Toronto. Finalizaron los Juegos Panamericanos, ya se hablará de ellos como parte de una historia iniciada en Buenos Aires 1951. Sin embargo, la llama extinguida en la noche de domingo, abrió la senda para recordar a esta ciudad y su pueblo cuales inigualables anfitriones.



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Artu dijo:
1
28 de julio de 2015
08:29:13
Ramon dijo:
2
28 de julio de 2015
10:35:51
MIGUEL ANGEL dijo:
3
28 de julio de 2015
10:41:49
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