TORONTO.—Muchos acá hoy quisieran tener el don de la ubicuidad. Quizá en breve —de manera virtual—surja un invento para darle la vuelta no al mundo, sino a todas las instalaciones de competencias similares a las de estos Juegos Panamericanos al mismo tiempo, porque la gente las disfruta desatando sus emociones.
La fiesta deportiva no se limita a los centros donde se disputan las medalllas, salta más allá de las canchas para convertirse en la Panamanía, hecho que une la vida cultural de este país a sus actuaciones en el respetado reino del músculo. Lo apreciamos durante la estancia en la sala donde se juega el bádminton, muy cerca de allí los anfitriones bailan y se divierten ante un escenario para presentaciones musicales, en las que convergen y alegran sus vidas mientras esperan por el comienzo del evento para el que adquirieron boletos.
Toronto es una gigantesca ciudad, esa cualidad hace que por momentos tengamos la impresión de que los Juegos Panamericanos no están en sus calles, entre el pueblo, pero emulando con el ritmo vertiginoso de esta urbe clave en lo económico, surge el paso de una competencia en la que cualquier extranjero se pierde entre el barullo del graderío, cuando al tapiz o al tabloncillo sale un atleta anfitrión aupado con atronadoras ovaciones. SIn embargo, también existe la bondad y la educación para reconocer y aplaudir a los visitantes si consiguen una sobresaliente performance, como ha acontecido con el gimnasta Manrique Larduet, o con los canoistas campeones absolutos del clásico, por solo mencionar dos ejemplos.
Es tal vez una forma diferente de ver y hacer las cosas a como las concebimos los latinos, mas dados a convertir una cita de esta magnitud en la adrenalina paralizadora total de un país. Toronto respira deporte, sin detener su quehacer cotidiano. Sus avenidas atoradas por el tráfico de la hora pico para ir al trabajo, aunque agobian al viajero desesperado por llegar a su destino, cede pacientemente el paso a los vehículos que trasladan a los deportistas, ellos por estos días disfrutan de un carril preferencial, para no arriesgar los horarios de competencia.
En los frescos amaneceres de este verano canadiense (imposible compararlo al nuestro en temperatura) el clima ofrece una tregua, pero en el transcurso del día el cielo puede dispensar aguaceros de poca duración —en ocasiones intensos— seguidos por un leve descenso en el termómetro, sin llegar a preocupar a los cubanos, provenientes de una tierra caliente.
En la misma mañana despiertas abrazado por una fina brisa y al mediodía te deshaces del abrigo para calentar el cuerpo con el sol. Ya lo habían anunciado los anfitriones antes de recibir a sus invitados: tendremos agradables jornadas, aunque algunas pueden tornarse, en un santiamén, en horas de intensas precipitaciones.
Con más o menos frío, la ciudad y su gente tienen a flor de piel la afabilidad y los deseos de que el forastero se sienta a gusto predominan. Basta perderse entre los vericuetos del Metro para que aparezca una mano amiga, desconocida, ofreciendo la orientación para enrumbarnos. Es la imagen de quien siente amor por su tierra y se deshace en atenciones hacia el recién llegado, porque sabe que si aquel guarda un buen recuerdo de su estancia aquí, Toronto y su gente quedarán en su corazón.



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DMV dijo:
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15 de julio de 2015
11:57:18
alfonso nacianceno dijo:
2
15 de julio de 2015
14:43:46
Ramon dijo:
3
15 de julio de 2015
17:00:25
Ramon dijo:
4
15 de julio de 2015
18:38:45
Jose cuervo dijo:
5
16 de julio de 2015
00:51:57
MIGUEL ANGEL dijo:
6
16 de julio de 2015
14:24:13
Josefina dijo:
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16 de julio de 2015
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Edgar Palacio dijo:
8
16 de julio de 2015
18:24:13
Edgar Palacio dijo:
9
16 de julio de 2015
18:30:06
Ramon dijo:
10
17 de julio de 2015
06:35:50
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