
TORONTO.—Vaticinaron una fiesta de la amistad. Y el semblante, la alegría de los 7 000 deportistas que desfilaron en la ceremonia de apertura de los Juegos Panamericanos, recompensó el empeño de los anfitriones. El clásico deportivo abrió sus puertas con un espectáculo ingenioso, diferente, audaz, como suelen ser estas inauguraciones.
Seguro los miles que desfilaron por la sala –portando orgullosos sus banderas y bailando al compás de canciones tradicionales—guardaron para sí ese momento irrepetible, porque aunque muchos repitan en estas lides, la primera impresión fijada al recuerdo se tornará imperecedera. El atleta novato, tal vez sí o quizás nunca más vivirá la experiencia de sentirse aplaudido por 45 000 personas en una instalación insignia como la Roger Centre de este país. Otros, debutantes o no, crecerán aupados por la fama y, aún así, tampoco borrarán la noche del 10 de julio del 2015.
Cuando veíamos a tantos jóvenes unidos, alegres, llenos de sueños y esperanzas, dados a confraternizar en un ambiente de hermandad, pensamos por un momento si el mundo no sería más placentero bajo un influjo similar al de esta singular fiesta deportiva. Todos nos entenderíamos más y nos comprenderíamos los unos a los otros si desterráramos las guerras y los abusos y la rapiña. Compartir es mejor que sojuzgar, mostrar nobleza, honestidad y juego limpio será siempre una máxima halagadora de lo que el hombre puede conseguir.
En una parte mayoritaria de nuestro planeta se vieron las imágenes de la ceremonia inaugural de estos Juegos Panamericanos. Tomar ejemplo que ellas transmitieron, de las virtudes aun por explotar en los seres humanos, haría que asumiéramos la conocida frase de “un mundo mejor es posible”, no como una mera consigna o eslogan para llenar líneas de cualquier discurso, sino cual meta alcanzable. La noche del 10 de julio en Toronto es un buen ejemplo a seguir.



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MIGUEL ANGEL dijo:
1
11 de julio de 2015
15:48:21
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