No hay quien lleve en su pecho la cubanidad que se muestre indiferente ante la eliminación del equipo de béisbol en los Juegos Panamericanos de Lima. La pelota es sentimiento patrio, por cuyas entrañas pasan las raíces de nuestra nacionalidad, y de ahí emana su enorme responsabilidad social.
Fue en virtud de esas sensaciones que en la segunda noche beisbolera en Perú los peloteros salieron a partirse el alma en el terreno. Pese a cualquier deficiencia, que las hay, se mostraron más esas cualidades que representan que cualquier otra en el orden técnico o táctico. En el deporte se gana o se pierde en una emulación pacífica de las fuerzas controladas, como escribió el restaurador de los Juegos Olímpicos Pierre de Coubertin, en su Oda al Deporte, y en esa porfía por los colores nacionales el esfuerzo, como el que vimos ante la novena canadiense, vale más que las medallas. Por eso he escuchado algunas expresiones de que en el juego que nos eliminó, aun perdiendo, la postura fue otra.
Así va sucediendo en Lima con el resto de la delegación. Las lágrimas de Randy Lerú al caer de la barra fija, sobre la cual es un superdotado, no expresaban el dolor personal sino por aquel que tenía como compromiso colectivo; igual ocurrió con las muchachas del voleibol de playa, que se fueron sin preseas, pero con el aplauso que premió su entrega sin límites para regalarnos las emociones que solo la voluntad ante el reto es capaz de generar. O la proeza de Katherine Nuevo, que con 16 añitos es campeona panamericana uniendo su adolescente propósito con Mayvihanet Borges en la canoa.
En la pelota claro que tenemos que sentirnos dolidos, porque para Cuba es mucho más que nueve innings, por eso sería más de lo mismo caer en un análisis puramente técnico o táctico, porque en nuestra opinión lo ocurrido en Lima es la consecuencia de habernos tardado en una reconstrucción del béisbol a nivel de organización.
El éxito en cualquier empeño, sea de la naturaleza que sea, hay que tejerlo desde los primeros puntos, que son los más importantes del tejido para que al final no se deshilache. En otras palabras: hay que construir la base o cantera que soporte el edificio, de lo contrario siempre se estaría o medio vestido o en estática milagrosa, por mucha calidad que tenga la materia prima. Esto es lo que le pasa a nuestra pelota.
Una gran parte, la mayor sin duda, de lo que se dispone en financiamiento para el béisbol se invierte en grandes etapas de preparación y en extensos torneos nacionales de mayores con una gran cantidad de equipos, mientras son insuficientes aún los calendarios de las categorías inferiores. ¿Cuántos juegos celebra un muchacho de la eide? Participa en el corto certamen Sub-15 y en los Juegos Escolares, que también son famélicos en número de partidos al igual que el Sub-18 y aún menos el Sub-12. ¿Está nuestro deporte nacional en la comunidad con una expresión participativa en los municipios, donde nace el valor de nuestra sociedad? No.
En las escuelas deportivas los futuros peloteros entrenan más que lo que juegan; el equipo en Lima comenzó sus entrenamientos en el ya lejano marzo. Son aristas a profundizar con un soporte científico con el cual el deporte cubano cuenta. En ese sentido invito a razonar: las Series del Caribe tienen mucho más nivel que los Panamericanos y los Centroamericanos, y en ellas hemos tenido mejores participaciones, desde el triunfo en la de 2015, en Puerto Rico, hasta la presencia finalista este mismo año en Panamá, o las dos incursiones de gran calidad en 2017 y 2018, en México. En ninguna, el entrenamiento fue largo, se salió de la fase de juegos más exigente de la Serie Nacional hacia esos torneos.
Al profesor José Manuel Cortina le escuchamos decir: «Nosotros entrenamos para jugar y no jugamos para aprender», y apostillaba: «El béisbol es un deporte eminentemente táctico y el terreno es su gran universidad».
No hay por qué sonrojarse por sentir hoy el dolor, si no lo expresamos así estaríamos perdiendo a la pelota como valor cultural de nuestra nación y eso sí que no está en juego. En Lima la batalla continúa y el premio al esfuerzo vale una corona de laurel.
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Luís Fernández Fuentes dijo:
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