Una imagen imborrable

LIMA.-La imagen, si fuera en una foto, impactaría. Vivirla, lacera el corazón. Pasas a su lado y sientes la impotencia de imaginar cuál será el futuro de ese niño, con menos de cinco años de edad, que sentadito entre un grupo de plantas ornamentales, a orillas de una céntrica carretera, no le perdía el rumbo a su mamá.

Ella, en constante ir y venir entre los automóviles que cruzaban por la intersección, intentando vender sus golosinas, no sabe si es domingo, martes o jueves. Para ella y el niño, todos los días son iguales.

La desesperanza cubre su presente y ahoga el futuro, mientras a esta gigantesca ciudad, que rebasa los ocho millones de habitantes, parece no importarle la mirada suplicante de aquel niño, para quien no existen domingos de fiesta. Ella se acerca de vez en cuando, como para evitar que salga a la peligrosa calle, y le deja un beso en la frente, hasta consumir el siguiente minuto de esa incertidumbre interminable que los excluye de la sociedad.

Cuando leí algunos documentos de estos Juegos Panamericanos, en uno de ellos venía consignada la intención de emplear estas modernísimas y carísimas instalaciones deportivas, para sacar a los jóvenes de las calles, evitar el trasiego y consumo de drogas, y trabajar por una juventud sana, que vea en el deporte una manera de disciplinarse y vivir una vida sana. Ojalá así sea.

De vuelta, tras cubrir uno de los eventos de estos Juegos Panamericanos, busqué nuevamente al niño y su madre, en la misma intersección donde los vi. La tarde fenecía, y ya no estaban allí, pero la imagen desgarradora, tan ajena a lo que vivimos en Cuba a pesar de las dificultades de hoy, la tengo clavada en la mente. Es imborrable.