Como pólvora se extiende por todo el mundo el empleo de la inteligencia artificial (IA), en especial, en los países más desarrollados. A partir de su empleo, pueden analizarse tendencias, desarrollar la consistencia de los datos, generar pronósticos e identificar anomalías en cualquier proceso, todo lo cual permite tomar decisiones más inteligentes e imparciales.
No es de extrañar, que el 86 % de los ejecutivos de todo el mundo, ya utilicen IA en sus negocios, a fin de obtener mejores resultados. Sin embargo, expertos y especialistas en la materia también advierten acerca del peligro que entraña su uso de manera incontrolada, si no se realiza con conciencia y una buena orientación.
Tal es el caso de los estudiantes, que ahora tienen en sus manos una herramienta fácil de manipular, con la cual ahora pueden realizar sus tareas, ejercicios, proyectos y un sinfín de cosas más; y todo, sin el menor esfuerzo.
Quienes así actúan, se exponen a daños cognitivos y académicos muy serios, según han advertido los expertos en el tema. Si un estudiante usa ChatGPT u otra herramienta similar para resolver ejercicios de matemáticas, redactar ensayos o resumir textos, evita el proceso mental que llevaría la resolución de esas tareas y su aprendizaje.
Tampoco desarrollaría un pensamiento crítico, al no aprender a estructurar argumentos, analizar información contradictoria o construir una línea de razonamiento con cierta lógica, por no hablar de su efecto en la posibilidad que solo tienen los seres humanos para expresar ideas con claridad, coherencia y estilo propio.
De igual manera, la inteligencia artificial puede erosionar la capacidad de investigar por uno mismo, de formular preguntas exploratorias y de disfrutar del proceso de descubrimiento, que es fundamental para la ciencia y la creatividad, lo cual, a largo plazo produciría un deterioro de la memoria.
Además de las desventajas anteriores, habría que decir que uno de los daños fundamentales, si no el más importante que puede causar el empleo desmedido de la ia, es el ético, porque copiar y pegar sin el menor esfuerzo es sinónimo de plagio y deshonestidad. En ese sentido, generar trabajos que parecen originales con ia, es hacer una trampa, que desvirtúa por completo el propósito de la evaluación.
Otro efecto nocivo pudiera ser la falsa sensación de competencia que consigue crear en los estudiantes, quienes llegan a creer que entienden un tema porque la IA les produjo un texto coherente. Sin embargo, al tener que explicarlo con sus propias palabras o aplicar el conocimiento en un contexto nuevo, se darán cuenta de que no lo han interiorizado, lo que puede llevar a la frustración académica.
De igual manera, se produce una erosión de la autoestima y la confianza, porque si un alumno siempre depende de una herramienta externa para poder entregar un trabajo de «calidad», puede empezar a subestimar su propia inteligencia y creatividad, que ha sido suplantada por un algoritmo.
Se conoce, asimismo, que el aprendizaje es un proceso social. Los debates en clase, el trabajo en grupo y la discusión con compañeros son esenciales para desarrollar habilidades y perspectivas diversas. De ese modo, la ia, como interlocutor único, aísla al estudiante y reduce su interacción con los demás.
La solución a este dilema no debe ser prohibir la ia, lo que sería imposible y contraproducente, sino integrarla de forma ética y educativa al proceso docente-educativo, en lo cual Cuba ya trabaja.
Se impone una alfabetización en ia, tanto a maestros y profesores, como a los estudiantes. Ahora, más que nunca, el rol del educador es de suma importancia. En un mundo donde impera y mandará mañana la inteligencia artificial, a él toca guiar a los estudiantes para que se conviertan en directores de la orquesta y no en meros espectadores de un fenómeno que llegó para quedarse.


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