La cultura no es patrimonio de nadie en particular. Sin el tributo de todos ni se forja, ni se mantiene. Algunos hincan en esa masa magnífica y dejan allí huellas profundas; otros, con callada modestia, dan su aporte pequeño pero necesario, que puede estar en el habla popular, las recetas de cocina, el pregón original o el piropo respetuoso y gentil.
Nadie es ajeno a ella y aunque intenten sacudirla del alma los que reniegan de sus orígenes, no resulta viable desprenderse de sus criollos embrujos. No es posible disfrazar la cultura y poner sobre su piel cubanísima otra vestimenta que la disimule o la esconda. Como una insistente planta trepadora o un bejuco del monte, se cuela por todas partes y los rescoldos de palmas, barriada fraterna, hidalguía de patriotas, ritmo de tambores y gente solidaria, son imposibles de extinguir.
Aunque intenten cercarla y reducirla, relegarla a segundos planos y dejarla como mascarón simbólico, mientras en su nombre se canta para oídos ajenos o se pinta para ojos extraños, es tan fuerte que esas esquirlas apenas hacen mella en su armadura. Si ella no se agrieta, toda esperanza de quebrar la resistencia queda reducida a nada. No en vano lo han intentado tantas veces desde la Enmienda Platt.
Es la única salvación probada; el anticuerpo más eficaz contra el virus terrible de la colonización cultural, que abriría las puertas del país a oscuros apetitos de poder dispuestos a barrer cualquier indicio de una cubanía demasiado molesta para los planes anexionistas. Despejado el camino, sin la resistencia que suponen la memoria histórica y simbólica que late en la cultura, no harían falta las balas para derrotarnos.
Por eso vienen contra ella con una fuerza terrible y apuestan por la conocida táctica del secuestro. Quieren llevarla hasta la otra orilla y devolvernos una marioneta con sus mismos colores, pero incapaz de moverse o actuar sin la mano peluda que mueve los hilos. Aferrémonos entonces a nuestro Escudo, no suena igual nuestro Himno, ni luce igual nuestra Bandera, cuando detrás de ellos se descubre el acento extranjero de la traición.
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