La bondad quizá oculte una reminiscencia del paraíso perdido en este planeta cada vez más fraccionado por intereses contrapuestos y egoísmos. Sin embargo, prefiero descifrarla hacia el futuro como el anuncio de un mundo siempre imperfecto pero posible, a la espera de su fundación tras el triunfo definitivo de la humanidad.
Esa entrega a los demás sin cálculos ni miramientos parece amenazada bajo el rumbo arrollador de la historia que avanza sin un horizonte definido, distante de las esencias. Pero hoy, lejos de predicar la derrota de esa vocación de bien, quiero defender la esperanza porque me amparó hace unos días.
Me encontraba en el desolador escenario de una piquera de máquinas, con apenas efectivo entre manos y sin un chofer dispuesto a aceptar pago por transferencia. Encima, me hallaba a contrarreloj para el trabajo y ya pensaba en regresar. ¿Qué opciones podían quedarme en esas circunstancias?
Entonces, mientras conversaba por el celular con otra persona acerca de mi encrucijada, me llamó una voz desconocida. Por su aspecto, lo creí un conductor, pero enseguida me preguntó cuánto me faltaba para completar el pasaje y me dio el dinero.
Ya iba a abrir Transfermóvil para reponerle esa suma por vía digital, cuando me hizo entender el carácter solidario de su ayuda: «Tranquilo, yo sé lo que es eso», sentenció cuando ya debía apresurarme si quería irme en ese momento, antes de la llegada de otro cliente.
Ni siquiera grabé su rostro, mucho menos supe su nombre, sucedió a la velocidad de un relámpago y aún me cuesta creerlo. Me marché pronto con el alivio de resolver mi problema puntual, pero todavía más con un sobrecogimiento inmenso, como si ese gesto decidiera el destino de la humanidad. ¿Cuán insondable sería la satisfacción de él?
Por supuesto, en estos tiempos resultaría descabellado exigir a todos un desprendimiento similar en el plano material cuando nos apremian tanto las cuentas, pero existen diversas formas de manifestar la bondad. Nadie imagina, con solo tender la mano, cuánto pudiera cambiar la vida de otro ser varado en situaciones incluso peores que una parada. Merece la pena intentarlo.
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