ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Si como sucedía en los años 60, 70, 80 del pasado siglo, la familia se mantuviera haciendo lo que bajo cada techo le corresponde, ni aquí ni en otros lugares de Cuba la escuela no tuviera que estar asumiendo u ocupando espacio y tiempo en un asunto que no es esencialmente docente, aunque sí educativo o preventivo: la droga, con todos sus peligros y efectos de su consumo.

Así medito mientras repaso informaciones relacionadas con las actividades que por estos días han tenido lugar en centros de enseñanza, para llevar a los estudiantes más información, elementos y hasta ejemplos concretos acerca de las consecuencias reales que puede acarrear ese flagelo en personas de cualquier edad y, muy específicamente, en los jóvenes.

Según explica Yosvany Rodríguez Herrera, subdirector general de Educación en Sancti Spíritus, no se trata de una acción aislada, coyuntural, sino de un empeño que cobra forma concreta de manera sistemática cada mes, para fortalecer y hacer más efectiva aún la articulación de instituciones educativas con los profesores, la familia, la comunidad y las organizaciones sociales y de masas.

Dicho en otros términos, no es la escuela sola influyendo, sino otros factores o actores obrando en la misma dirección; de ahí la participación, también, de especialistas de Salud, representantes del órgano concebido contra las drogas, personal encargado de atención a menores, los Comités de Defensa de la Revolución, la Federación de Mujeres Cubanas, sin excluir, por supuesto, a la Unión de Jóvenes Comunistas, la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media…, y otros actores.

El problema no es abstracto, existe, su peligro es real; puede estar al acecho, a cualquier hora del día o de la noche, en calles, plazas, parques, áreas de esparcimiento u otros espacios públicos.

¿Cuántos adolescentes y jóvenes pueden ser consumidos por la droga (y no al revés)? Tantos como descuido, indiferencia o inercia mostremos los adultos.

Por eso hay que plantar bandera en todas partes, y en primerísimo lugar dentro de la propia vivienda, donde no solo residimos cuatro, seis, ocho personas, sino también la herencia educativa, el ejemplo, la exigencia y el rigor –sin renunciar a la ternura–con que nos criaron aquellos abuelos y bisabuelos que bajo ningún concepto hubieran dormido tranquilos frente al rumbo que ha tomado el consumo de esas sustancias hoy, y que mucho menos habrían delegado su insustituible responsabilidad, como familia, en ese combate. 

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