Ejemplos hay por montones. A mi mente acude con frecuencia uno: siendo prácticamente un adolescente, lo llevaron a vivir a Estados Unidos, donde aún reside. Creció, sin embargo, amando mucho a la Cuba de su niñez. Formó familia, tiene hijos. Aún es joven. Puntea entre los más activos en solidaridad. Abundan en su hogar banderas cubanas, fotos de mártires, libros de Historia… «Papá, vamos a regalarles ropa y comida a esos niños pobres que hay bajo ese puente», le han suplicado más de una vez sus hijos…
Por más que me esfuerzo no logro memorizar el nombre, pero recuerdo también con cuánto orgullo alguien hablaba de aquel (otro) cubano. Un peligroso huracán amenazaba la pequeña isla caribeña donde él se hallaba. «Qué va, tenemos que prepararnos por si nos azota», dijo, al ver no solo la escasa percepción del riesgo ante el peligro inminente, sino también la ausencia de medidas preventivas. Resumen: organizó rápidamente acciones elementales de defensa civil para proteger allí la vida, los recursos.
Prosigo: detenido antes de coronar sus sueños de llegar «al paraíso», aquel cubanito protestó más de una vez contra el maltrato a que fueron sometidos él y otros migrantes, por autoridades estadounidenses (atado con esposas, ninguna alimentación, desprecio total, violación de derechos elementales…), además de que no le permitió a nadie hablar mal de su Cuba ni de Fidel.
¿Por qué razón, esté en el país donde esté, por el motivo que sea, tenga las ideas que tenga, el cubano, como norma, suele actuar, reaccionar así?
El fenómeno se torna interesante. Tal vez por idiosincrasia, más flemáticos, con otro pasado, europeos, africanos, muchos latinos incluso, permanecen más impasibles o apacibles en situaciones en las que el cubano suele «saltar», tomar riendas, preguntar el porqué de las cosas, exigir sus derechos, no quedarse callado ni continuar como si nada hubiera pasado.
Acerca de ello he vuelto a meditar en días pasados, a medida que se aproximaba el 13 de agosto.
¿Y qué tiene que ver un día del calendario con el modo en que solemos reaccionar los cubanos en un momento dado, estando o residiendo incluso fuera del país? Tal vez mucho.
Todos somos expresión de lo individual, pero no olvidemos que, a la vez, somos seres sociales, portadores de ideas, conceptos, puntos de vista, valores, principios, códigos… que nos han llegado por distintas vías: padres, familia, lugar y tiempo en el que nacimos y crecimos, maestros, sociedad, relaciones, cultura, costumbres, política, ideología, legado histórico…
Aunque incluso muchos de los enemigos declarados de Fidel reconocieron su grandeza humana, su alcance universal, sé de cubanos, sobre todo asentados en otras latitudes, que rara vez lo recuerdan o que, incluso, no quieren hacerlo.
Puedo estar equivocado, pero en el fondo no saben que, si reaccionan al instante frente a una arbitrariedad, si hacen valer su criterio, si exigen respeto a sus derechos, si no hay obstáculo que los frene, si por mucho que la vida los haya endurecido o «metalizado», le tienden la mano un día al necesitado o comparten lo que tienen… es porque de algún modo llevan dentro lo que –a todos, desde niños– nos enseñó no solo Fidel, sino también otras incuestionables figuras de nuestra historia.
Es, en fin, la herencia sin fronteras que llevamos prendida en lo más hondo, mucho más allá del plano de lo consciente, de lo intencional, de lo emocional, de lo político…, gústele al portador que le guste, al que no y al que le pese.
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