ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Hace más de 30 años, antes de despedirse de este mundo, mi padre, una persona noble y buena como pocas, pidió que me sentara a su lado para conversar sobre varios temas, entre ellos, uno que para él era de suma importancia: saber tener y cuidar a los buenos amigos.

Mientras hablaba acerca de la importancia de la familia, del matrimonio, de la hombría, y de la responsabilidad que debía tener ante cada tarea que asumiera en la vida, mi padre, quien movía entre sus dedos un tabaco torcido por sus propias manos, como él prefería hacerlo, lanzó una mirada penetrante para decirme: «Tan importante como eso que te he dicho es que sepas cultivar a tus amigos. Ellos serán muy importantes en tu vida».

Unos meses después murió mi viejo; mas, quedaron en la mente y en la conducta que he seguido durante toda la vida sus sabios consejos, los cuales practico cada día como una manera de honrar su memoria y de serle fiel.

Por la juventud que tenía entonces, tal vez aquella conversación me resultaba un poco extraña. Acababa de casarme, estaba a punto de graduarme de una carrera universitaria, y tenía la seguridad de que mi esposa y la familia que fundaría en el futuro serían suficientes para dar sentido a mi vida.

Sin embargo, la vida se encargó de demostrarme que, además de los seres queridos que más cerca te rodean, uno necesita de los buenos amigos, esos que están presentes en las buenas y en las malas, o como decía mi papá en su lenguaje campechano de campesino humilde, «en las verdes y en las maduras».

Claro que ese calificativo no se le puede dar a cualquiera. Pudiera decir que algunos intentaron serlo, mas la vida demostró que no alcanzaron ese peldaño. Los que sí se ganaron esa condición fueron aquellos que me admitieron tal como era, y que siempre estuvieron, y aún permanecen a mi lado, en especial en los momentos difíciles, sin esperar nada a cambio.

Hoy puedo decir, con satisfacción, que con esos requisitos tengo varios a los que puedo llamar amigos. Esos son los que pasaron la prueba del tiempo, y por tanto son los imprescindibles.

Al cabo de los 60 años de vida, uno aprende que el tiempo pasa, la distancia separa, los hijos crecen, se independizan, y levantan vuelo. Llega también el día en que tus padres mueren, te jubilas, y de un día para otro te cambia la vida; sin embargo, a pesar de todos esos avatares, los verdaderos amigos siempre están ahí, no importa cuánto tiempo pase o a cuántos kilómetros se encuentren de ti.

Son ellos a los que acudes cuando necesitas un favor, un consejo, una ayuda y, a veces, no tienes ni que llamarlos. Un amigo nunca está más distante que el alcance de una necesidad, apoyándote, interviniendo a tu favor, esperándote de brazos abiertos para viajar juntos en esta aventura que es la vida.

Por eso, hay que querer mucho a los padres, cuidar a los hijos y a la familia más cercana, pero también vale la pena cultivar la amistad, porque siempre necesitarás de los buenos amigos.

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