El diálogo desde el confort y la abundancia es cosa fácil. Hilvanar argumentos y avanzar en el siempre complejo camino de convencer a otros o hacerles comprender razones y motivos, cuando el ambiente es próspero, puede resultar una tarea llevadera. Lo contrario sucede cuando los interlocutores que tenemos delante actúan bajo presión y son víctimas del agobio originado por la escasez o están, de alguna forma, dañados por la incertidumbre.
Entonces se necesitan maestría, conocimiento y empatía. No funciona la consigna vacía o la retórica afincada en elementos que, aun cuando pudieran resultar reales, desencajan si no se atemperan al momento actual.
Sabio fue Martí con aquello de que había que ganar la guerra a pensamiento. Genial fue Fidel, con su método de intercambio hombre a hombre y su atinado modo de ajustarse a cada público distinto. Está claro que eso lo sabemos tanto nosotros como los otros, esos que son diestros en utilizar el lado emotivo y sensible de las personas; solo que ellos, a diferencia nuestra, son capaces de una manipulación fría y calculada de las reacciones humanas, ante los problemas grandes o pequeños que florecen cotidianamente.
No será minimizando el bache, la cola, la inflación y el desabastecimiento, que resultemos más verosímiles o que reforcemos el optimismo revolucionario de aquellos a quienes queremos mantener o sumar para el bando que defendemos. Se trata de ser capaces de argumentar y resultar creíbles, para que los receptores de nuestro mensaje comprendan que una buena parte de los baches, las colas, la inflación y el desabastecimiento, tiene su origen en una política de asfixia económica aplicada contra este país, justamente para lograr, como objetivo final, precisamente ese: que la actitud general sea culpar de todos esos males, exclusivamente, al Estado cubano.
Tan negativa percepción, que lamentablemente ha ganado terreno por una lógica del pensamiento humano en tiempos de crisis, se convierte en un importante reto para los que, de una forma u otra, hacemos uso de la comunicación política, el intercambio con el pueblo o la estructuración de las informaciones que se transmiten. Es necesario comprender que ya no basta con la verdad de superficie plana, que ahora se precisa ir a los adentros de esa verdad, a sus esencias, para usar ese núcleo a nuestro favor.
Pero no se consigue ese objetivo sin habilidad, conocimientos y destreza. No es posible dialogar con éxito en la Cuba de hoy sin un arsenal histórico bien dotado, como antídoto a las desmemorias; sin un dominio de las realidades del mundo o sin la capacidad de poder demostrar lo que hay detrás de las vitrinas del capitalismo; como tampoco se gana el terreno deseado sin la perspicacia, sin la fina ironía que logre dejar al desnudo a quienes muchas veces nos sacan un buen trecho a la hora de utilizar el gracejo criollo para fines políticos.
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