ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Un libro, y no dudo que uno muy hermoso, pudiera escribirse si preguntáramos a las personas, al azar, cuáles son los motores de su existencia, aquello que les da el impulso para sobreponerse a lo difícil, para construir sueños y esperanzas.

Pudiéramos ponerles muchos nombres, pero yo lo llamaría Motivos.

Y es increíble la energía que nos proveen, la fuerza de la que nos nutren muchas veces, sin siquiera imaginarlo. Lo cierto es que aquello que solemos calificar también como las cosas más importantes de nuestras vidas se trastocan, cada día, en inyección imprescindible de voluntad. Un suero de confianza en nosotros mismos, en que los límites de nuestras capacidades pueden moverse mucho más lejos.

Y son esos motivos tan diversos como lo es cada uno de nosotros. Por eso, no es extraño que cada quien establezca de forma peculiar sus prioridades, en concordancia con las experiencias de vida, con los valores que porta, con tradiciones familiares, con circunstancias puntuales o con la simple decisión personal sin influencias externas. Como dice el refranero popular, cada quien sabe lo suyo.

Sin embargo, es este solo un preámbulo necesario para entender de qué va esta reflexión, porque lo verdaderamente importante es que nunca nos falten esos Motivos. Sean cuales sean los que elegimos, o los que la realidad nos defina, nadie está realmente vivo, quizá en el sentido menos objetivo de la palabra, si no tiene un algo o alguien por lo que luchar.

Hay también dos clases de Motivos, aquellos que son solo nuestros, tan propios como una parte de nuestro cuerpo y otros que, sin dejar de ser de igual manera entrañables, son razones compartidas de muchas maneras. Sentimientos, metas, deseos que habitan miles, y hasta millones de corazones a la vez.

Gracias a todos, a los propios, a los compartidos, despertamos en las mañanas con la certeza de que hay mucho por lo que podemos ser una mejor versión de nosotros mismos, mucho por lo que dejamos de lado el pesimismo y nos disponemos a mirar a los ojos de la vida, con los temores propios de nuestra condición humana, que nada tienen que ver con los miedos absurdos que inmovilizan y arrinconan nuestras ganas de hacer.

Ahora, cuando un nuevo año abre sus puertas, vale la pena pasar revista a esos, nuestros más sinceros y verdaderos motivos, despojándolos de la hojarasca de lo falso y de lo incierto.

Eso, lo verdaderamente importante, lo que queda cuando nos limpiamos de banalidades, es la joya que, por encima de todo, nos proveerá la energía más limpia que necesitamos para vivir, para asegurar el lugar en el que ponemos nuestros pasos, y para que las cuerdas flojas queden reservadas a los valientes actos de circo; pero nunca a la filosofía de la vida.

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