Soy de las personas que creen sinceramente en el valor de la crítica, de los desacuerdos respetuosos que generan ideas, de las contradicciones sanas que sacan del inmovilismo y exigen pensamiento e inteligencia para ser resueltas.
No existe proceso alguno, de cualquier índole que, para probar definitivamente su éxito o afianzar su valía, no pase antes por interpretaciones críticas de sus esencias. Eso está más que claro y, aunque tiene profunda relación con el tema de este comentario, no va nuestra reflexión precisamente por ese camino de la consabida arista constructiva de la crítica.
Me preocupa, y no creo ser la única que se detiene en esas tribulaciones, la facilidad con la que cierta gente critica absolutamente todo. No se interesan demasiado por faltar a la ética, por la cantidad de sensibilidades que puedan herir y, en el peor de los casos, ni siquiera se detienen a buscar argumentos con los cuales respaldar sus criterios.
Jocosamente llamábamos a eso, en mis años universitarios, «tírame el tema que voy en contra», aunque en ese entonces no tuviéramos, tal vez, la percepción real de lo dañina que puede llegar a ser una crítica malintencionada.
Muchas veces, tanto por lo que veo en redes sociales como por las propias interacciones de la vida cotidiana, suelo preguntarme si ciertos cerebros habrán sido de alguna manera programados en función de echar por tierra el esfuerzo de otros, las decisiones de otros, el trabajo de otros.
En cualquiera de los ámbitos (físico o virtual), en los que coincidamos con ellos, es fácil reconocerlos porque, mientras de una parte se admite lo bueno, o incluso se señalan los problemas para hacerlo mejor, no apuestan ni por lo uno ni por lo otro y, sin términos medios, apuestan por el «no sirve», lapidario, como si fuera la única alternativa posible, y por otros términos menos amables que faltarían el respeto a los lectores.
Sinceramente, y aunque parezca obsesivo, los he visto matar una idea antes de nacer y, a todas luces, regodearse en el crimen.
A veces me gustaría pensar que algunos lo hacen por ignorancia, porque llega a parecer una conducta patológica, por la forma en que se manifiesta, pero lo cierto es que ese comportamiento siempre radical se puede vislumbrar de igual manera allí donde se supone que la sabiduría y la alta cultura no deberían dar lugar al extremismo más despiadado y soez.
No comprendo el disfrute que puede generar en algunos despotricar a diestra y siniestra, sin medir consecuencias, echando todo en el mismo saco, sin establecer límites ni diferencias, o en caso de hacerlo, procurando que lleve su respectiva etiqueta de «inservible», en la búsqueda de condicionar también los pensamientos ajenos.
Claro, siempre hay quienes, demasiado perezosos como para practicar el ejercicio de pensar, se apegan al criterio y lo hacen suyo, solo porque cierta matriz errada indica que lo que hay que hacer es criticar. Nada de llegar a consensos, nada de propuestas, solo crítica y, si obstaculiza y frena, mucho mejor todavía.
Antes ya lo sabía, pero el periodismo me ayudó a entender en una dimensión más amplia que no vivimos en un mundo blanco y negro, que la gama de colores para mirar todo lo que nos rodea debe ser diversa como el mundo mismo. Debe ser por eso que, cuando me encuentro con tan ríspidos personajes, casi siempre sobrados de pesimismo y malas vibras, me viene a la mente aquel refrán popular de que detrás de un extremista siempre hay un oportunista. No digo que sea una regla absoluta, pero generalmente se persigue algún beneficio personal con esos modos de ser, aunque sea la simple necesidad de llamar la atención, incrementar seguidores en redes sociales o intereses mucho más complejos.
En lo personal, no suelo hacerle el juego a esa clase de personas, porque, obviamente, no quieren escuchar, no necesitan entender nada, no están esperando motivar reflexiones, por lo tanto, un careo es tiempo perdido.
Nadie debe limitarse de expresar su criterio, de decir lo que piensa, no importa si esa opinión es crítica o no, lo que vale, verdaderamente, son las intenciones reales que la motivan, y los fines que se persiguen con ella. Todo es perfectible si se le da una oportunidad, si se le observa con el ánimo de quien pretende construir.
Lo demás es un extremo demasiado peligroso que, a la larga, aisla y consume, como el cáncer que, una vez extendido, ya no admite tratamiento alguno, ni esperanza de salvación.


 
                    
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Ricardo Salvador dijo:
1
31 de octubre de 2024
12:28:09
Héctor dijo:
2
1 de noviembre de 2024
12:30:26
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