A la abuela Regla no hay quien le pase gato por liebre. Vibra a sus más de 70 años, y solidaria sigue haciendo favores a la gente del barrio y compartiendo con cuanto vecino encuentra. Su charla es abierta y honesta, por eso detesta tanto la maldad.
Jubilada, se anima cuando alguien le comenta cómo todavía maneja su vetusto Lada, ganado como vanguardia laboral, a finales de los años 80 del siglo pasado. «Anda más o menos, debo comprarle un par de zapatos nuevos (gomas)», le dijo a un amigo.
Celular en mano contactó con una mipyme, a la cual le solicitó el precio de los neumáticos que deseaba adquirir gracias a un dinerito enviado por una hija desde el extranjero. Preguntó por el precio de dos, y alguien, quien se identificó como el gestor de venta, respondió: «Las dos valen 140 dólares, con la entrega en casa incluida».
Luego de consultar cuánto costaban las gomas en otros de estos establecimientos, consideró un tanto cara la compra, pero antes de quedarse sin poder viajar en su veterano acompañante, accedió a la propuesta hecha por el gestor, quien resultó, a la vez, el mensajero. Él se apareció en el hogar de Regla como cinco horas después.
El hombre atribuyó la tardanza en la entrega a que su vehículo se había quedado sin frenos, y debió alquilar a un particular para cumplir el encargo. Entonces, ya no era gratis la entrega, y pidió, además de los 140 dólares, 3 500 cup por el gasto adicional, «supuestamente» ocasionado por la rotura de los frenos, desbocándose el personaje con su abusiva petición.
Regla lo miró de arriba abajo e, incomodísima, le espetó: «Por qué no me llamó para hablarme del cambio, yo hubiera desistido de la compra. Ahora viene aquí, con descaro y sin respetar mis años, a estafarme. ¡Váyase con sus gomas a otra parte!».


 
                    
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