Los desarraigos y abandonos nos esperan mañana tras mañana, con la intención de quebrarnos. La resistencia del amor –aferrada a nuestras fortalezas del pasado, proyectadas como esperanzas venideras– a veces olvida sus propósitos ante el signo de estos días.
Nos acecha el ángel del adiós, del distanciamiento físico, de la renuncia y del remplazo de nuestros sueños y credos. En cada pausa, tras cada duda, susurran los heraldos del «futuro mejor», al precio de las despedidas.
Silvio Rodríguez nombró una de sus canciones Soltar todo y largarse. Aunque la letra sugiere el tema de la libertad e identidad universal del poeta, el título, a la luz del presente, pareciera acercarnos a una de las tantas historias de migración y ruptura multiplicadas en los últimos años. Pero también emerge otra forma de interpretarlo.
Carlos Manuel de Céspedes sacrificó su existencia individual para marchar al encuentro del porvenir de los hombres cuando cambió sus ostentaciones por los riesgos de una guerra en las circunstancias más difíciles, y cuando convirtió a sus esclavos en hermanos de vida y muerte.
Ocho décadas más tarde, un joven llamado Fidel Castro renegó de sus comodidades y continuó la gesta iniciada el 10 de octubre de 1868. Él mismo advertiría el hilo conductor de cada etapa de nuestra historia independentista, desde Céspedes hasta la actualidad, bendecida por la capacidad de desprendimiento de sus forjadores.
Con similar heroísmo actuó Juan Almeida Bosque en el campo de batalla, como cuando dejó una parte de su corazón en el último abrazo a su Lupita, porque «mi tierra me llama / a vencer o morir».
El Che Guevara, Máximo Gómez, Henry Reeve lo apostaron todo por un país distinto al suyo, separados por las opresoras fronteras artificiales. Cumplieron la máxima martiana: «para el peligro, siempre ciudadano», e inspiraron a miles de soldados, maestros y médicos a la lucha bajo la bandera de la humanidad, el internacionalismo.
Nuestras opciones, en el fondo, dependen de una disyuntiva crucial: ante los problemas, ¿ nos olvidamos de cuánto nos define, o levantamos el pecho y nos crecemos en medio de las tempestades?
Para Cuba nunca resultó todo perfecto, pero contra golpe y marea esta Isla y sus utopías siguieron a flote gracias a la fe en su destino de un gran segmento del pueblo, y a la suerte de contar en cada momento con nosotros mismos.
La realidad quiere obligarnos a alzar los brazos y rendirnos al cansancio, la desesperanza y el desánimo. No concederemos esa derrota, seguiremos firmes a las órdenes sagradas de la Patria.


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