Probablemente sea esa señora que se empina orgullosa, antorcha en mano, el ícono identificativo más internacionalizado de Estados Unidos. Lo cierto es que el famoso monumento, fruto de un regalo francés en el año del centenario de la Declaración de Independencia de esa nación, debía ser un homenaje a la libertad, como indica el nombre con el que se le ha llamado.
Sin embargo, la construcción simbólica que ha hecho de sí mismo el país donde se yergue, la ha convertido en la otra cara de lo que pensaron una vez quienes la concibieron. A estas alturas, casi 140 años después de su inauguración, posiblemente sean sus dueños los únicos que en el mundo la identifiquen con cualquier sentimiento o valor que implique lo que su nombre alude.
Resulta que quienes la cacarean continuamente como ideología primaria de los valores de su sociedad, y se precian de llevarla como estandarte hasta con un monumento que le hace culto, se toman también el autoproclamado derecho de jugar con ella en un tablero de poder, en el cual no importa cuán sucia sea la jugada, si finalmente el resultado es el jaque mate a la libre determinación de naciones que se niegan a plegarse a sus designios, o se ubican en el mapa de sus intereses geopolíticos.
Estados Unidos es, en muchos sentidos, un país de contradictorios principios que se traduce en el ejemplo perfecto de la doble moral como punto de partida para las relaciones internacionales. Es lo que puede llamarse toda una perla en materia del «haz lo que yo digo y no lo que yo hago».
Lo cierto es que se han erigido como paradigma de obstrucción a la solución pacífica de conflictos, como financiadores por excelencia de golpes de Estado y boicots a Gobiernos y sistemas progresistas, como apoyo incondicional a todo conflicto bélico que implique dominación y ejercicio criminal del poder, y como entusiasta azuzador de crisis internas que solo los pueblos deberían ser capaces de resolver.
Aunque parezca un comportamiento patológico, se trata de una forma de hacerse con grandes tajadas de poder político, recursos naturales, dominio económico o, en otras palabras, garantía de la continuidad hegemónica del capitalismo.
El costo humano, material y natural de sus empresas es exageradamente alto, cruel, injusto; pero, obviamente, no para ellos, pues raras veces invierten en algo que no les reportará ganancias.
Hasta tuvieron el cuidado de asegurarse con un veto la posibilidad de anular pedidos «inconvenientes», en el principal órgano de convergencia y relaciones internacionales.
Mienten de manera compulsiva y entronizan todas las falacias necesarias para justificar medidas unilaterales, burdas campañas mediáticas, intromisión en asuntos internos de otras naciones. Términos como terrorismo, seguridad nacional, o ayuda humanitaria, han mutado una y otra vez en el discurso de sus políticos, líderes y representantes ante organismos internacionales, dependiendo, sin excepciones, de metas puntuales fríamente calculadas.
¿Qué es todo eso sino la más clara y descarada ofensa al concepto de libertad, a su alcance, al verdadero significado que tiene para quienes conocen y padecen las consecuencias de la opresión y la esclavitud moderna?
En otras palabras, escuchar a un presidente estadounidense proclamando libertad, es lo más parecido a escuchar a un lobo pidiendo a la oveja firmar la paz.
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Marcos godoy dijo:
1
26 de mayo de 2024
10:28:31
ramon dijo:
2
12 de julio de 2024
21:22:04
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