ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Hay una gran diferencia entre la tristeza y la preocupación. La primera es capaz de quebrar hasta la risa, desterrar el buen humor y sepultar el optimismo; la segunda tiene la capacidad de hacer un alto y permitir el paso de la broma, deja resquicios para la esperanza, y no es incompatible con el amor.

Muchos cubanos hoy estamos preocupados, pero no estamos tristes. Eso se advierte en el día a día; en la cola que acumula tensiones, pero no evita el cuento, la jarana, la crítica sagaz y picante propia del gracejo criollo; en la penumbra del apagón sofocante que, sin embargo, no es silencio luctuoso, ni manos que levantan la bandera blanca, y allí entre luz que va y luz que viene aparece el bonche, el sarcasmo cubanísimo y, después del improperio, alguna expresión que arranca risas.

Nos afecta sensiblemente el parte de la Unión Eléctrica, y la tablilla con los precios en el agromercado, pero no nos dejamos hundir en la zona triste de la vida. No estamos hechos para la aflicción, que tumba brazos y encumbra desganos, hay algo dentro del cubano que hace las funciones de amuleto o resguardo contra la tristeza, y la reservamos para momentos de real dolor. Asistimos, así, a masivas movilizaciones en la Isla, de denuncia contra el genocidio que comete el régimen de Israel sobre los palestinos de la Franja de Gaza.

Por eso no andamos de cabezas bajas y no contemplamos, como opción posible, la rendición o el callado semblante de los tristes. Cada día despertamos, atribulados y expectantes, pero rodeados de los muchachos que van a la escuela con esos rostros alegres, que ni siquiera las mayores carencias van a poder borrarles.

Y entre preocupación y preocupación, aparece la mano amable, el meme, el amigo que llega o el que se va, el cumpleaños de alguien que saca su buen trago de la famosa y criolla manga, y el vecino que ayuda y que comparte lo que tiene, con asombrosa solidaridad.

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