Ya pasó el 3 de diciembre, pero cualquier día es bueno para pensar cómo lograr que sea más inclusivo un mundo en el que casi mil millones de personas a nivel internacional tenemos algún tipo de capacidad diferente; término que utiliza la ONU, desde hace un tiempo, para aparentar mayor inclusión, al referirse a este 15 % de la población mundial que presenta alguna discapacidad.
«Aparentar inclusión», sí, porque hay cosas que nos las resuelve el idioma, y los datos muestran todo lo contrario. De acuerdo con estadísticas de la Cepal, el 80 % de las personas con limitaciones está desempleado. Muy poco han resuelto las leyes dictadas para solventar la situación, a fin de que esta población pueda desenvolverse de manera óptima.
En Cuba la realidad es diferente. La inserción va más allá de lo que está legislado, se crean las condiciones necesarias para la integración a la sociedad, y la discapacidad no constituye un sinónimo de limitación. Desde hace 60 años existe en el país un sistema de educación especial que nos prepara para asumir las limitaciones, vivir sin complejos y hacerles frente a «los palos que te da la vida».
Sin embargo, más allá de la voluntad gubernamental de inclusión, de las leyes que protegen a quienes tenemos alguna capacidad diferente, de los esfuerzos por eliminar las barreras arquitectónicas, la realidad indica que todavía hay ciertos niveles de discriminación subyacentes en la sociedad cubana actual.
Cuántas veces vimos en los parapanamericanos, o en cualquier otra circunstancia, una cámara de televisión cerrar el plano para ocultar los defectos de un entrevistado.
Cuántos dueños de un restaurante, de una pizzería o de un merendero preferirían contratar a una persona con limitaciones por encima de otra que esté en plenitud de facultades, a pesar de que existe una disposición que excluye del impuesto por la utilización de fuerza laboral a quienes tengan empleadas a personas con discapacidad.
Si bien no tenemos ómnibus de última generación que desciendan a la acera para hacer la vida un tanto más fácil a las personas con capacidades diferentes, tampoco puede faltarnos la sensibilidad para extender la mano o ceder el puesto a quien lo necesite. Es necesario seguir educándonos en estos valores, para que aquí la discapacidad no constituya un sinónimo de limitación.
Las aceras, no las viejas, las recién construidas, no acaban de ser inclusivas; las instituciones no conciben entradas accesibles, los proyectos muchas veces no lo tienen en cuenta. Cada vez son menos las colas en las que se da prioridad a las personas en situación de discapacidad, y no debiera quedar a la conciencia de las personas.
Mucho falta por implementar, legislar, y terreno por ganar en la conciencia social para que se haga efectivo lo dictado por el Código de las Familias en materia de reconocimiento de derechos como la inclusión familiar, la autodeterminación, la autorrealización, la autonomía, y medidas para evitar la discriminación y las causas de situaciones de vulnerabilidad de las personas con discapacidad.
Y a aquellos que aún sienten temor para asumir esta prueba de la vida, les recuerdo lo que nos dice José María Memet en La misión de un hombre: Un hombre es un hombre / en cualquier parte del universo / si todavía respira / y si todavía respira / debe inventar unas piernas, / unos brazos, un corazón, / para luchar por el mundo, por un mundo más inclusivo.


COMENTAR
Responder comentario