En las cabeceras de las camas suele haber una gaveta, a veces dos; es como un rinconcito de madera a donde van a parar la ropa íntima, los espejuelos y otras pequeñas cosas.
En las mesa de trabajo, las gavetas suelen llenarse de papeles diversos, lapiceros, viejos sacapuntas, presilladoras y otras etcéteras increíbles. Las hay ordenadas y otras muy difíciles de cerrar por el reguero.
Pero la gaveta a la que quiero acercar una brasa luminosa es a esa que se cierra y no se abre más, hasta que alguien, por ejemplo, se acuerde que dentro de ella hay algo importante. Son gavetas que suelen estar acompañadas por los hilos de arañas, o por el olvido.
¿Cuántas valiosas investigaciones de maestría o doctorados terminan en gavetas o en hileras de estantes que sostienen, una sobre otras, los pesados volúmenes muy bien encuadernados?
Es conocido que, en su momento, la carrera de Sociología desapareció en los días grises, que consideraron que nuestra sociedad no necesitaba de tales estudios y diagnósticos antropológicos.
Hoy el ejercicio de la política exige la compresión de la sociedad con sus problemas, contradicciones y tendencias. ¿Qué sucede cuando una valiosa investigación que aborda un tema de impacto social termina para siempre en una gaveta?
Toda investigación que ayude a comprender la realidad no puede ir a parar al silencio de una gaveta cerrada.
Es que no pocas veces se subestima abiertamente el trabajo teórico, y en su lugar se apela a la improvisación, al borrón y cuenta nueva.
La mirada sociocultural ayuda a comprender que lo que funciona en un lugar no funciona en otro.
Tengamos por caso lo siguiente: un equipo de especialistas recibe la encomienda de realizar un trabajo sobre tal asunto. Se hace un estudio minucioso, se realizan propuestas concretas para transformar una realidad, se redacta un informe con todos los elementos bien puntualizados. Fue un esfuerzo que reunió, incluso, a especialistas de otras provincias.
El informe pasa a otra instancia, y pasa el tiempo; incluso, pueden pasar dos águilas por el mar. Y ya no se sabe nada más de aquel estudio ni a qué gaveta fue a parar. Puede suceder que, por razones desconocidas, muchos años después, regrese la misma encomienda, pero ya no aparece la gaveta ni el informe ni aquellos especialistas que alguna vez estudiaron el asunto.
Hay ocasiones en que viene una visita, a revisar un viejo asunto, y se revuelven las gavetas buscando un lejano acuerdo, una investigación perdida, una orientación desorientada. Y se pierde la experiencia acumulada, y el tiempo, y volvemos como aquellas ninfas castigadas, a echar agua en un tonel sin fondo, en la gaveta agujereada.
Hay una dolorosa gaveta de la queja que se encierra, y nadie escucha el quejido de un doliente; o la gaveta de un trámite civil, que guarda un pedido que puede demorar mucho, mucho, a no ser que usted pague un precio por encima, para que el documento no tenga tiempo de echar una siesta en la gaveta del registro burocrático.
Hay una reunión con buenas intervenciones y aplausos, pero algo va a parar a la gaveta, donde viejos papeles registran las mismas palabras que esperan el informe de la próxima asamblea anual.
Un antiguo mandato dice de no abrir esa gaveta que tiene... esos insectos que temen a la luz. Son las gavetas del silencio, falta de transparencia, o miedo a la verdad. Es la gaveta que se cierra a los debates y que prefieren la simulación o la zona de confort.
Esas gavetas cerradas no son buenas para andar. Son mejores las de la cabecera de la cama que todas las noches se abren por alguna razón de amor. Y si el camino se hace al andar, como aseguraba el poeta, que las gavetas de trabajo no sean para estancar la vida, sino para que no se detenga la marcha, ni los sueños. ¡No guarde usted ese documento, abra la gaveta, que no hay tiempo que perder!


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José Antonio Quiñones dijo:
1
9 de octubre de 2023
16:30:26
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