Leo a Piedad Bonnett con el alma encogida y el mismo goce de cada vez que un libro me habla. El poema se llama Las cicatrices.
«No hay cicatriz, por brutal que parezca, / que no encierre belleza. / Una historia puntual se cuenta en ella, / algún dolor. Pero también su fin. / Las cicatrices, pues, son las costuras / de la memoria / un remate imperfecto que nos sana / dañándonos. La forma / que el tiempo encuentra / de que nunca olvidemos las heridas».
Leo y no sé por qué me acuerdo de un papelito que tengo dentro de la agenda y que dice: Batiburrillo, by Yeilén Delgado Calvo. Son cosas de mi amiga, que caza al vuelo las palabras exóticas que uso, sin darme cuenta, en las reuniones serias.
«Deberías escribir un cronoscopio con este título», me susurró esa tarde, porque le encanta vulnerar el protocolo. Y yo le dije «sí», sin intención de hacerlo, y supongo que le hice una mueca, sin que la jefa me viera, que seguro quiso decir algo como: «Qué graciosita».
Me pongo a pensar qué podría escribir con semejante título, pero me interrumpe un chat de mi esposo, que me manda la letra de una canción sobre un hacha y una brocha. Llevamos días tratando de dilucidar lo que dice cuando el vecino la pone, para poder integrarnos al debate del momento.
Así que ahora nos lanzamos a la interpretación semántica y de género, porque ahí hay de todo, el Titanic, un pudín, un carpintero, una pista… Río tanto que me duele el estómago, hasta que me digo: «deja el aguaje que te noto tiesa», y me dispongo a trabajar.
Hago par de documentos importantes, edito un texto, miro la foto de mis hijos en el fondo de pantalla y pienso que a lo mejor le compro a mi hija un pop it por su cumpleaños, y que están carísimos.
Mientras repaso los posibles temas para esta columna, sin que ninguno me convenza, recuerdo que, en cuanto lleguemos del círculo, esta tarde tengo que ponerme a cocinar, porque no dejé nada hecho.
Escucho una canción de Mon Laferté, y de nuevo caigo en el batiburrillo. Voy a la RAE y leo: batiburrillo, nombre masculino, mezcla de cosas revueltas, sin orden e inconexas, que desdicen entre sí. Algo así como mi pedazo de mañana, algo así como la vida.
Pero la RAE no sabe nada, este revoltijo de sucesos irrelevantes sí tiene un sentido superior. Si no, cómo explicar que al leer el poema de Piedad, De la rutina, yo lea: «Celebrémosla / como a una chica simple y mal vestida / que alza su falta y muestra su milagro», y de repente entienda todo, nostálgica y feliz.


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