Malas intenciones

No solo estamos defendiendo una nación, estamos defendiendo nuestro pedacito de Patria y el derecho a que nuestras calles sigan siendo un sitio de paz.

Para los cubanos el barrio es vital, con su entramado de gente diversa y ese sentimiento de vecindad recíproca que fluye de casa en casa.

Nuestra cuadra o nuestra calle es también la del maestro, el médico, el policía, el bodeguero, el vendedor de «asombros» y una infinita lista de oficios, apellidos y apodos.

Ese mosaico cubanísimo, surcado por imperfecciones, baches y carencias; andado y desandado por niños de uniforme y médicos de la familia, atesora uno de los bienes más preciados de este mundo convulso y desigual: la tranquilidad ciudadana; esa que permite el ajetreo hogareño, mientras en patios o aceras alborotan los chamacos, retumban los pregoneros de bocaditos de helado o llega la música estridente de un piquete de jóvenes que regresa de la playa.

Parado en el borde de la barriada, o simplemente asomado por las ventanas cuando la noche llega, no escuchan los cubanos el eco de disparos ni apuran a sus hijos para evitar secuestros. La tarde cae tranquila y los trasnochadores, que regresan a casa, no encontrarán niños durmiendo a la intemperie, no importa si es La Habana o el más humilde pueblo en plena serranía.

Nos ofrecen desorden como una opción de cambio, azuzan odios y promueven el fuego, todo bajo el supuesto de que, luego del caos, renacerá otra Cuba, espléndida, abundante y profundamente democrática, tan democrática que no podrán vivir en ella ni comunistas ni revolucionarios, tan próspera que no hará falta que la Educación ni la Salud sean públicas, tan políticamente light, que los marines podrán orinarse sobre la estatua de Martí con toda tranquilidad; y tan moderna, que privatizaremos la biotecnología, la seguridad social y hasta el agua; además de cumplir al pie de la letra cada demanda de la draconiana ley Helms-Burton.

No es poco lo que entraría por la puerta turbulenta cuando nos arrebaten la tranquilidad. Para desdicha de los que ofrecen tan desalentador panorama, hace mucho que aprendimos a pensar y somos diestros en distinguir el verdadero rostro detrás de las máscaras y las malas intenciones.