Como para dejar constancia de la hora exacta de la barbarie, antes de hacer blanco en el cuerpo de Luis Saíz Montes de Oca, aquella bala asesina dañó el mecanismo del reloj que el joven de 18 años llevaba consigo.
Por eso, desde entonces, sus manecillas marcan las 8:25 de una de las noches más tristes en la historia de San Juan y Martínez.
Cuentan los historiadores que Luis fue el primero en caer y que, segundos después, un disparo a boca de jarro le arrancaría la vida a su hermano Sergio (17 años).
Justo esa era la orden del sicario que había estado merodeando la casa de ambos. Luis y Sergio Saíz Montes de Oca eran un referente para aquella juventud decidida a enfrentar la tiranía con las armas, y había que eliminarlos.
Poco antes de salir al encuentro con la muerte, los dos hermanos ayudaron a su madre a fregar los platos de la cena y se despidieron con una frase premonitoria: «No tengas miedo. Algún día te vas a sentir orgullosa de nosotros».
Ambos estaban conscientes del peligro que corrían en un país donde la represión y la tortura estaban a la orden del día, y les habían advertido a sus padres: «Si mañana nos matan y contribuimos con ello a que Cuba sea libre, para nosotros será como si hubiéramos sido eternos».
Nacidos en el seno de una familia de clase media, pero con profundas raíces patrióticas, desde niños expresaron su inconformidad con la explotación y la pobreza.
Entre las incontables anécdotas que han trascendido hasta hoy, está su decisión de asistir a la escuela pública, y de no usar medias porque los demás niños no tenían.
Los dos fueron dirigentes estudiantiles en el Instituto de Segunda Enseñanza de Pinar del Río y sobresalieron en las protestas contra la dictadura.
En noviembre de 1956, tras el cierre de la Universidad de La Habana, donde estudiaba Derecho, Luis regresó a San Juan y Martínez, y se convirtió en el coordinador municipal del Movimiento 26 de Julio. Sergio era el responsable de acción y sabotaje.
Sin embargo, fueron sus ideas, plasmadas con sorprendente madurez en el manifiesto Por qué luchamos, las que llevaron a la dictadura a ordenar su muerte.
En ese documento, considerado su testamento político, realizaban una contundente denuncia de la situación que atravesaba el país, y describían cómo debería ser la Patria libre.
Muchos años después, durante una entrevista, Esther Montes de Oca, la madre, me confesaría que una vez vio sus escritos y sintió miedo. «Yo los veía salir y no sabía si regresarían. Pero comprendía que tenían que luchar. Aquellas ideas nacieron con ellos y yo no podía cortárselas».
Hasta el último de sus días, esta valerosa mujer descendiente de mambises vivió convencida de que, de no haber sido asesinados, Luis y Sergio habrían estado hoy, con la misma fuerza de sus principios, al lado de una Revolución que haría realidad sus sueños de igualdad y de justicia.
Ese, precisamente, sería su consuelo, desde la noche terrible del 13 de agosto de 1957, en que ambos hijos la besaron por última vez y partieron hacia la eternidad.


COMENTAR
Responder comentario