Para la religión del mercado y el dios del capital existen «pecados» que resultan imperdonables. Cometerlos desata la ira incontrolable de los capitalistas, y el odio incurable hacia naciones y pueblos que ignoren semejante orden de cosas.
Cuba, la pecadora, quiso recuperar la soberanía sobre sus tierras y sus recursos, en manos –casi todos– de los yanquis; quiso sacudirse el coloniaje enfermizo y desató la furia inquisidora del imperio. ¿Cómo era posible que los humildes hicieran una Revolución a pocas millas del parnaso capitalista?
Así comenzó la era del pecado. Los cubanos habían mordido la manzana prohibida que los imperialistas cultivaron en el Edén de sus ganancias, y tendrían que pagar un alto precio. Luego las cosas se complicaron; hubo más pecados y, claro, más castigos.
A la Isla le dio por eliminar el analfabetismo y los «dioses de marras» mandaron a asesinar a los maestros, quemar las escuelas y sepultar las cartillas; cuando se compraron armas para la defensa, pusieron una bomba en el vapor La Coubre; antes de organizar una invasión que, en menos de tres días, se convirtió en compotas. Como los pecadores seguían de pie, lanzaron bombas, sembraron epidemias y pusieron un bloqueo para cortar hasta el oxígeno.
Para colmo, la pequeña nación se atrevió a ser ejemplo para el mundo, a condenar las injusticias en todas las tribunas y a prodigar salud. Entonces, fabricaron un cerco de mentiras para intentar espantar a los amigos y poner, sobre la mano peluda que estrangula, el guante blanco de la hipocresía.
Sin embargo, nunca lograron ni rodillas en tierra ni cabezas dobladas y, aunque lo sigan intentando, no lo conseguirán. Se sabe muy bien en esta tierra rebelde a dónde van los pueblos que se arrepienten del divino pecado de ser libres.
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Vilma dijo:
1
4 de agosto de 2023
15:26:20
Guido dijo:
2
6 de agosto de 2023
04:02:26
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