Uno de los mitos más extendidos sobre la evolución es la de la existencia de eslabones perdidos. Entre dos especies distintas de una misma rama evolutiva, siempre existirá una sucesión de especies intermedias. Eso echa por tierra cualquier pretensión de que hay una interrupción en el registro evolutivo, porque no hallamos un supuesto eslabón único que debería existir para explicar la transición de una especie a la otra. Cuando los científicos buscan especies intermedias, no lo hacen con el afán de hallar el imposible vínculo único ausente, lo hacen para ir completando, lo mejor posible, el registro evolutivo continuo de una especie, y así entender el camino que fue tomando una derivación concreta de una especie en otra. Parece lo mismo, pero no es igual.
La persistente idea falsa ha sido, y se usa, para intentar atacar la teoría evolutiva. La línea argumental que se sigue es decir que como no se ha encontrado el eslabón entre dos hitos de la evolución humana, la evolución no se ha demostrado, ergo, la evolución es falsa. El tema es que si entre dos especies, una resultado de la evolución de la otra, siempre hay una sucesión de ellas, entonces habrá también siempre algún «eslabón perdido».
Pero de bonitos andáramos si impusiéramos, como necesidad para probarse cierta, descubrir todos los eslabones de todas las ramas evolutivas de las especies en el planeta, ni siquiera de la evolución humana. Esa condición de la necesidad de tener los registros completos no solo es falsa, es absurda.
La evidencia más contundente de la evolución es ese registro histórico que es nuestro ADN o el de cualquier otro animal, para el caso. Allí hallamos «restos» del código de nuestros antepasados, incluso hasta de bacterias que se sumaron a la fiesta de fabricarnos en tiempos remotos. Probablemente no hay explicación científica más monumental y bella que la evolución, y más demostrada. La manera en que logra explicar cómo de pasos sencillos emerge la complejidad creciente de los organismos vivos, es una sinfonía inigualable y una oda a la inteligencia humana.
Otro mito destruido es pensar que el resultado de un decursar evolutivo da como resultado una especie «superior». No hay especies superiores, hay especies distintas. La llamada pirámide de la evolución, que ubica al ser humano en la cúspide, es un engaño que nos hacemos por vanidad.
En ocasiones, al referirse a la historia del arte, se extrapola y se habla de evolución, para hablar de derivaciones que resultaron de un movimiento artístico en otro, o del decursar de un artista, de un descubrimiento formal a otro. Así hablamos de la evolución de Picasso de su época azul o rosa, al cubismo y de ahí al surrealismo. Lo cierto es que no siempre se trata estrictamente de evolución, sino más bien de que el artista siente que los preceptos formales de un movimiento en particular ya no le satisfacen la necesidad creativa, y buscan insertarse en otros cánones estéticos o, sencillamente, si los que existen no le satisfacen, crear los propios. Todo movimiento deja preguntas sin contestar, que son abordadas por otros movimientos que, a su vez, deja sus propias preguntas. Hay tanta evolución en ir del cubismo al surrealismo que viceversa.
No se puede explicar como evolución el regreso de Picasso al clasicismo durante la Primera Guerra Mundial, como atestiguan algunos de sus retratos de la época y, en particular, ya finalizada la contienda, El sueño de campesinos o La violación. O, ¿quizá sí? Estas pinturas no hubieran podido ser sin la experiencia cubista. En ese aparente regreso hay una cabriola dialéctica escondida, pero que apunta a negar que veamos, en la obra de los artistas, la evolución como una especie de escalada.
En ambos casos, el biológico y el artístico, la evolución no se trata de sobrevivir, se trata de poblar. La evolución no es un propósito, es una necesidad al margen de voluntad individual alguna.
Pero, ¿acaso hay un ADN que recorre, mutatis mutandis, a todo el arte? Ciertamente lo hay reconocible en el curso de la obra de los grandes, Picasso entre ellos, pero ¿lo hay universal para toda creación? La misma pregunta sería válida para todos los organismos vivos, ¿hay porciones de ADN común a todos los que viven? La respuesta es sí para los seres vivos. La respuesta para el arte, pasaría por hallar qué nos es común a los seres vivos, en términos que pasan por lo perceptible, pero lo trasciende. Si lográramos contestar la interrogante, habríamos logrado definir al arte, pero se nos escapa.
Hay cosas que es mejor dejarlas al aire, no les queda bien ser confinadas. Allí, en el viento, se despliegan, pero ¿qué digo? Si ya al ubicarlas las acoto. Conformémonos con saber que todos somos hermosos hasta que se demuestre lo contrario.\ Si partimos de esa premisa,\ entre tú y yo,\ el universo se da un descanso,\ de a poco.\ Como dormido, como soñando.
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