Mucha historia de sensibilidad, altruismo y fidelidad a los principios revolucionarios puede resumirse siempre que en Cuba se hable de los delegados del Poder Popular.
No puede ser de otra manera, dado el infinito compromiso que implica una tarea que encomienda el pueblo a aquellos que se distinguen por los valores humanos que poseen, su capacidad de liderazgo y el sentido de pertenencia con que se implican en pos del bienestar de quienes les han hecho merecedores de su confianza.
No se necesitan notorias posesiones materiales, altos niveles de influencia política ni encumbrados títulos para ser delegado. Tampoco existe apertura alguna a campañas de demagogia y politiquería que degradan la esencia de lo que significa en esta sociedad ser un legítimo representante del pueblo. Lo que bajo ningún concepto puede faltar es dignidad, moral y honradez.
Los delegados vienen del pueblo, se deben al pueblo, y por eso es el pueblo el único facultado para nominarlos, elegirlos e, incluso, revocarlos si faltasen en algún momento a la enorme responsabilidad que implica convertirse en representantes de la comunidad, que es la base fundamental de la sociedad cubana.
Este derecho, respaldado constitucionalmente, ha sido una de las grandes fortalezas de nuestra democracia participativa, de la transparencia de nuestro sistema electoral y, sobre todo, del poder popular que caracteriza al socialismo como un sistema que pone al ser humano en el centro de sus premisas y objetivos. A la vez, le da, de ese modo, la oportunidad de intervenir como ente activo en las decisiones del Estado.
Es por eso que el proceso de elecciones generales, que inicia con las asambleas de nominación de candidatos, para efectuar, posteriormente, la elección de los delegados que constituirán por cinco años las asambleas municipales del Poder Popular, no es en absoluto un acto meramente formal al que se asiste por disciplina o civismo, es mucho más.
Cuando el pueblo se reúne, en el espacio común que comparten las familias, en el que juegan habitualmente los niños, conversan los vecinos, se juega dominó; cuando al hacer las propuestas se escucha a esos mismos vecinos, amas de casa, trabajadores, exponer las cualidades de alguien que forma parte de ellos, que es igual a ellos, proponerlo, y luego a mano alzada, con total transparencia, decidir quién será su candidato, asistimos a un momento supremo de democracia en su estado más puro.
Puede parecernos natural, pero asombra y admira a quienes jamás han sido testigos de algo semejante en el mundo.
El nuestro también es un sistema electoral excepcional porque, igualmente, del pueblo son aquellos que lo conducen a todos los niveles. Hay en nuestras autoridades electorales un completo entendimiento de la misión que cumplen, y un respeto tal al pueblo, que impide cualquier violación a su postura de imparcialidad y compromiso, para garantía de la total transparencia de cada uno de los procesos.
Asistir a las asambleas, nominar, es expresión de respaldo a la institucionalidad socialista y es, en la misma medida, garantía de que aquel o aquella que ocupe luego un lugar en la asamblea del municipio, sea la voz de los cientos que le dieron su voto, y a los que, por ley, tiene el deber de representar.
El proceso recién iniciado, y que se extenderá hasta el 27 de noviembre, fecha en que se realicen las elecciones generales en primera vuelta, se desarrolla en medio de circunstancias muy complejas, eso es una realidad, y, en su típico guion oportunista, la apuesta de quienes nada quieren de Cuba, más que verla sometida y en cenizas, será que la dureza del momento nos aparte de lo que ha sido siempre nuestra principal carta de triunfo.
Sin embargo, dado que la historia conserva para nosotros las pruebas de cuán fuertes nos hace la unidad, de su carácter irrenunciable para hacer frente a los incontables obstáculos que ha encontrado esta Revolución en el camino, no habrá equivocaciones al respecto.
Nominemos entonces por amor a Cuba, por confianza en una obra que es y seguirá siendo para el bien de todos, por la seguridad y la paz de la que somos bandera, porque solo de nosotros (y no de los que instigan el odio y la violencia) depende que sea este un país mejor y más justo.
Nominemos, para que se entienda de una vez que hipotecar el futuro es una opción que jamás contemplaremos, porque este pueblo es lo suficientemente inteligente y maduro como para comprender todo lo que está en juego si le fallamos a la Revolución.
Con esa misma madurez, nominemos a quien lo merezca por sus méritos, a quien esté dispuesto a trabajar codo a codo con el pueblo, a quien no es capaz de negociar principios o de traicionar a la Patria, porque si este país se hace también desde la base, desde la comunidad, desde ese espacio más pequeño en extensión geográfica, pero inmenso en corazón, entonces qué cosa es un delegado sino guardián de la confianza y la voluntad del pueblo.
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