Todavía llora el mundo a los millones de personas fallecidas por la COVID-19; todavía siguen los contagios como consecuencia de la pandemia y aún no se recuperan las economías nacionales y mucho menos se acortan las brechas acrecentadas por el desastre epidemiológico, porque es pobre y desigual el acceso a las vacunas.
Y aun así, aunque parezca mentira, 2022, que debió ser para el mundo un año de esperanza, no cierra sus puertas a la guerra. Es irónico, increíble, indignante, pero real. Así de paradójicas e inentendibles son las actitudes humanas.
Cómo no recordarte Fidel, si cada vez es mayor el peligro al que se enfrenta esta especie, si cada día crece su riesgo de desaparición. Lo peor de todo es que tal destino responde a una avalancha incontenible de autodestrucción, a la postura conscientemente asumida de no ponernos en el lugar del otro, ignorar el dolor ajeno, irrespetarnos.
¿Será que hemos evolucionado tanto que asistimos ahora a la era de la involución? ¿Será que perdemos poco a poco nuestro instinto de conservación?
Los pilares que sustentan nuestra coexistencia pacífica son cada vez más inestables, y silenciar la verdad se ha convertido en la especialización de muchos, que ganan por ello, que viven de ello.
Las verdades a medias, las descaradas mentiras, las grotescas manipulaciones de la realidad, son también un bombardeo casi tan peligroso como las armas de destrucción masiva, pues limitan la capacidad de pensar, ofreciendo versiones distorsionadas de los fenómenos.
Las guerras de hoy, más que nunca, se libran también en el no menos cruento escenario de la ideología. Mientras más personas logres convencer, será más llano el camino hacia la meta. Así, bajo esas condiciones, se pierde lo más valioso, la esencia humana.
En tanto, algunos decidimos no rendirnos, y seguimos andando con todas nuestras energías para que la solidaridad, el respeto al otro y la protección de los más necesitados sea el lenguaje que rompa las barreras idiomáticas.
Recuerdo que, de niña, solía taparme los ojos cuando la televisión mostraba imágenes de guerra. Hoy no utilizo mis manos para ocultar las imágenes, pero me lastiman casi como hace más de 20 años; quizá más, porque ahora comprendo que el egoísmo, la prepotencia, la ambición y las ansias de poder de unos, desencadenan un infierno que consume la vida, la felicidad y el derecho de otros a decidir su destino.
Pasamos la vida diciendo que la paz es frágil, pero los difíciles momentos que afrontamos como especie, nada tienen que ver con la fragilidad de la paz, sino con nuestra vergonzosa incapacidad de sostenerla.
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Miguel Ángel PC dijo:
1
4 de abril de 2023
12:16:43
Marciano Ortiz Matos dijo:
2
16 de mayo de 2023
16:11:52
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