Nunca pude saber cuál era la verdadera pasión de Salomón Susi Sarfati. Entre el aula, que era su escenario más frecuente y donde brillaba su capacidad de educar políticamente; la investigación, que le exigía no derrochar ni un solo minuto de su tiempo; o el don de conversar, utilizando ardides comunicacionales, que tomaba de sus propias clases de Oratoria, estaba, sin dudas, la respuesta.
¿Será que al profesor judío-cubano, que encantó a tantos estudiantes de cursos de dirección política, no le era posible ir por el mundo a medias, de modo que no lo diera todo si lo que se imponía era compartir un contenido, escudriñar el pensamiento de hombres extraordinarios como Fidel Castro, Félix Varela, Ernesto Che Guevara, Fernando Ortiz o Hugo Chávez, o dejar en la charla entablada con sus compañeros y amigos la huella de su sencilla pero hondísima sabiduría?
La muerte le acaba de ganar a su empeño de quedarse un poco más en la vida, con muchos proyectos por concluir, y se ha llevado con ella a un hombre que le hizo honor a su nombre, y fue sencillamente sabio. Y no lo fue solo por la obra que construyó indeteniblemente, colocando uno a uno los peldaños de sus apuntes y permanentes lecturas e indagaciones; lo fue porque supo llegar con lo que creyó mejor en materia de valores –indefectiblemente practicados– hasta los otros, desde esas tribunas honrosas que escogió para vivir: las aulas y los libros.
Se va uno del mundo porque la vida es apenas un rato. Pero si quien lo abandona se dispuso a hacer mejores a los otros, a robustecerles el carácter, o a abrir nuevas ventanas para que desde ellas esplendieran sucesos y batallas libradas por la humanidad, por el bien humano, entonces cuesta más concebir la partida.
Susi Sarfati será recordado por su constancia; por su compromiso con la Revolución Cubana, cuya historia podía contar al dedillo; por la vehemencia al defender las proezas de la historia de Cuba; por su serenidad para defender un criterio, por su incondicionalidad a las causas justas.
Y lo será cada vez que sus alumnos recuerden los simpáticos modos en que este maestro jovial los enseñó a responder preguntas capciosas; a construir un discurso cálido y convincente; a perder el miedo escénico, a escuchar, que no es lo mismo que oír; a conversar, discutir un tema y polemizar con altura comunicativa.
Lo otro será leerlo. En lo que extrajo de los grandes está la savia propia, lo que entendió que era preciso resaltar. Ojalá vean la luz otros de sus sueños de papel, acogidos ya por alguna editorial. Susi Sarfati es ganancia siempre, lo mismo si lo tuvimos cerca que si se nos acerca desde la eternidad con alguna nueva publicación, o desde alguna broma suya, de esa que habremos de recordar quienes lo conocimos.
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diosdany dijo:
1
29 de julio de 2022
08:43:47
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