Tener una sociedad de iguales es bastante complicado y, probablemente, difícil de lograr.
Cuando era niño la cosa estuvo más cerca, la igualdad parecía surtir efecto y las diferencias se notaban menos; éramos de camisas por cupón, tres juguetes por libreta, zapatos similares y desodorantes de tubos.
No era así por obra y gracia de mimetismos, masoquismos colectivos o porque nos estuvieran clonando para un experimento; formábamos parte de un país que no quería desigualdades hirientes, lujos de un lado y descalzos de otro.
Nunca nos sobraron las cosas, y los que ansiaban la fruta madura jamás nos dejaron en paz. Sabíamos que al primer descuido nos caerían arriba como tiñosa a mondongo y a la mayoría se nos fastidiarían de un tirón las camisitas, los cupones, los tres juguetes y hasta el vilipendiado litro de leche por chamaco.
Defendimos aquel estado de cosas mientras pudimos, contra pólvora y hasta contra mosquitos, pero el mundo cambió y de repente nosotros también comenzamos a cambiar.
Claro que no tanto, ni con el rumbo del timón hacia donde algunos querían; siempre giramos al sur cuando las sirenas cantaban por el norte, pero la concreta es que, a la gráfica de la igualdad le comenzaron a salir chichones.
Por obra y gracia del dinero (bien o mal habido) hay gente a la que ya no le importa tanto la libreta, si la quitan o la dejan; si la papa es por la libre, mejor, y si la racionan, pues a comprar el saco por detrás, aunque haya que pagar el privilegio; si se «topan» los precios, mala cara; y si se extingue el picadillo, posiblemente ni se enteren. Hay gente a las que lo nacional les causa alergias, y desde cómodas sombras gustan de hacer disparos sobre el blanco imperfecto que es el empeño del país de luchar contra viento y marea, sin hacer distinciones y sin preguntar a nadie cuánto y cuál es su aporte.
Hay gente que da perretas que no son las mismas que los reclamos de los que menos tienen, que no les molesta el acaparamiento porque lo que buscan lo pagan al doble o lo resuelven más lejos; gente a la que no les pasan por la cabeza los campismos ni las playas atestadas de gente que regresa en guaguas, gente que a todo le pone precio y que aspira a comprarlo todo.
¿Será que piensan que los humildes están a gusto con los racionamientos, con lo inacabado o lo insuficiente?
Hay gente entre nosotros que prefiere un país de egoísmos que levante muros, y que niega el de la solidaridad que tiende puentes.
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Oscar dijo:
1
19 de agosto de 2022
11:34:18
midiala dijo:
2
2 de noviembre de 2022
12:24:47
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