Escribió Máximo Gómez en su diario de campaña que en la guerra se sucedían, prácticamente sin transición, los momentos de plena alegría con los de mayor dolor y viceversa; a la pena podía seguirla también el júbilo.
Algo parecido nos ocurrió a quienes compartimos el aniversario 25 de la Oficina del Programa Martiano, el pasado 19 de mayo, y al día siguiente tuvimos que enfrentar la inesperada y fatal noticia del fallecimiento de Jorge Juan Lozano, quien nos había acompañado en la feliz conmemoración, y allí había recibido merecido reconocimiento.
No siendo muy proclive a los discursos de despedida, la desaparición de Lozano nos obliga –como a muchos otros que fuimos sus compañeros, amigos cercanos y, en cierto sentido, sus alumnos– a plasmar algunas consideraciones que no deben quedar en el olvido, pues pueden ser útiles para las futuras generaciones, también para las actuales.
En primer término, hemos perdido a uno de los más brillantes y consecuentes representantes de la intelectualidad cubana, en momentos de plenitud de sus facultades de creación e investigación, cuando mostraba cotidianamente, con su palabra reflexiva, apasionada y profunda, los entresijos de la historia patria, expresados con sencillez y claridad, pero siempre abriendo los caminos más diversos que permitían al auditorio llegar a conclusiones propias, sin ignorar los descubrimientos del erudito conferencista.
Como Armando Hart –de quien se reclamaba discípulo–, era radical y armonioso a la manera martiana, no permitía los quebrantamientos de principios y rehuía los dogmas y las verdades recalentadas. En él se prolongó la herencia revolucionaria familiar, a la cual aludía con frecuencia, y así se expresó como patriota y como comunista, dirigiendo su organización de base partidista.
Suman cientos los estudiantes universitarios a los que condujo y orientó como profesor, en Cuba y en el exterior, siempre presto a apoyar y a ayudar a todos a transitar con certidumbre, e interpretar los más tortuosos y difíciles rumbos de la historia.
El mismo día 19, en horas de la tarde, en la Mesa Redonda de la televisión, hizo una exposición brillante que no podíamos imaginar que sería su postrera y más enriquecedora presentación.
En la Oficina del Programa Martiano, en la Sociedad Cultural José Martí y en el Centro de Estudios Martianos era su presencia indispensable, pues siempre lo acompañaban la novedad, el aporte, el debate y la reflexión constructiva, que marcaban un paso de avance en el conocimiento y el saber, en el pensamiento y en la acción.
No digamos –como habitualmente– «paz a sus restos», pues Lozano no tendrá paz: él seguirá acompañándonos tal como era, inquieto y vivaz, estudioso y expresivo, de conducta personal intachable, culto y solidario.
Siempre nos acompañará.


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