De aquellos años en los que estudié Lingüística, una de las ideas más elegantes y productivas, de las que recuerdo con mayor cariño, es aquella proposición del padre de la disciplina, el suizo Ferdinand de Saussure, según la cual: «Un término dado es como el centro de una constelación, el punto en que convergen otros términos coordinados, cuya suma es indefinida». La hermosa idea de Saussure nos pide que imaginemos una «constelación» (es decir, un conjunto de estrellas) donde la palabra se encuentra en el centro y hay numerosas palabras flotando alrededor. En este esquema una palabra evoca a otras y sostiene con ellas una suerte de parentesco sobre la base del contenido. Es por eso que Charles Bally, discípulo de Saussure, explicaba que la palabra buey hacía pensar en «vaca, toro, ternero, cuernos, rumiar, mugir», pero también en «labranza, arado, yugo» e incluso en «ideas de fuerza, de resistencia, de trabajo paciente».
Si esto es así, ¿cómo entender el empleo, comprensión profunda, interiorización y uso cotidiano de un término tan imprescindible como lo es innovación? Aquí, como si hubiera dos niveles por los cuales avanzar, tendríamos que preguntar(nos): ¿qué es innovar?; ¿quiénes lo hacen y dónde?; ¿de qué modo se organizan los que participan en el proceso?; ¿quiénes y cómo contabilizan, certifican resultados, controlan la aplicación e introducen correcciones, apoyan, estimulan e impulsan actos de innovación?; ¿cuál relación tienen con este macroproceso las instituciones escolares (desde sus grados iniciales), las organizaciones sociales, políticas y de masas, los sindicatos o las estructuras barriales?
Para una sociedad que lucha contra el subdesarrollo y que busca soberanía e independencia, la extensión, socialización, organización, apoyo, protección y multiplicación del espíritu innovador es asunto vital, la palabra y la actitud. Por este camino el término se integra, en todos los espacios y momentos de la vida, al lenguaje de la cotidianeidad para que el uso del verbo innovar y el sustantivo innovación estén acompañados y apoyados por esos «parientes» de contenido que son: creatividad, novedad, transformación, cambio, invención, hallazgo, solución, originalidad, pensamiento, inteligencia, agudeza, riesgo, ruptura, información, problema, conocimiento, cultura, entre otros.
Estas palabras, a su vez, arrastrarán a las de sus propios campos en lo que no es sino una revolución conceptual y lingüística, una movilización en nuestra manera de expresar que implica el cambio en las formas de actuar y de ser.
Como mismo lo anterior, en el borde tóxico o negativo para la palabra se encontrarían términos como: rutina, mediocridad, automatismo, lugar común, autoritario, negativa, estancamiento, parálisis, embotado, inmovilismo, impedimento, letargo, somnolencia, estorbo, entre otros muchos.
Necesitamos discutir la palabra, explorarla, conocerla a fondo, imaginar sus ámbitos de posibilidad, la sociedad toda.
El lenguaje que modifica la acción y viceversa: es la única forma.
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