ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Una de esas mañanas que acudía temprano a conversar con Mariano Rodríguez, y verlo pintar en su apartamento del edificio donde radica la Galería Habana, antes de que este partiera a sus funciones diarias en la Casa de las Américas, apareció de súbito en el diálogo la rememoración del 26 de Julio. Le dije que yo tenía solo seis años en aquel 1953, pero que recordaba la tensión e intranquilidad en mi casa y en el barrio, porque la criminal soldadera batistiana recorría las calles de Manzanillo como perros de presa, interesada en evitar que en mi localidad pudiera extenderse la asonada ocurrida en el no tan distante cuartel de Bayamo. En tanto el medular pintor –conocido por gallos polícromos, frutas con mujeres sensuales y esbozadas muchedumbres– me contó que cuando ocurrió el asalto al Moncada él estaba en Santiago de Cuba, invitado por José Antonio Portuondo para planificar una exposición de espíritu patriótico colectivo y a la vez contemplar –desde el sitio de invitados de la tribuna– los paseos del auténtico carnaval en esa «tierra caliente».

Fue entonces que ese Maestro del color me reveló que muchos de los bocetos trazados durante esa fiesta popular (de banderolas y farolas, comparseros y espacios coreográficos) le sirvieron para concebir elementos del mural entre figurativo y abstracto que realizó –entre los años 52 y 53– en la planta baja del Edificio del Retiro Odontológico, donde actualmente radica la Escuela de Economía del Vedado, frente a la heladería Coppelia. Casi sin proponérselo, sino como consecuencia de la percepción imaginativa de un artista raigal, algunos referentes visuales captados en el Carnaval de la Santa Ana del 25 de julio, a solo horas antes del heroísmo y genocidio ocurridos en esa zona oriental, constituyeron la base formal para completar una obra que es hoy parte del tesauro urbano del arte nacional.

Pero no sería esa solamente la manera indirecta por la cual la efeméride de combate libertario se proyectaría sobre creaciones artísticas sinceras de calidad. También en la etapa que se abre con el triunfo de la insurrección triunfante del 59, en las páginas del periódico Revolución se activaría un personaje de la estampa gráfica política –«Julito 26»– creado por Santiago Armada «Chago», quien fuera gestor del musical Quinteto Rebelde en pleno campamento insurgente de la Sierra Maestra. Chago, quien más adelante fue diseñador del rotativo Granma, me aseguró haber ideado así un arquetipo visual sintético, con cualidades humanas no-idealizadas, del cubano devenido luchador por la justicia y la dignidad a partir de aquella épica madrugada del año del Centenario natal de José Martí. Chago, santiaguero él mismo, precisaba que Julito 26 era suma lineal de rasgos fisonómicos y caracteres sicológicos que había observado entre la gente común de la población y los integrantes de las tropas rebeldes donde él figuró.

La repercusión que tuvo la gesta del Moncada en sentimientos de artistas de varias generaciones, quienes en los años 60 y 70 se identificaron con el proyecto de transformación revolucionaria de la sociedad y la cultura de Cuba, se extendió igualmente hasta la aparición del Concurso de Artes Plásticas 26 de Julio, convocado cada año por el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, sin imposición de esquema formal alguno; y en el cual varios artistas del país (que tiempos después modificarían sus códigos de expresión) obtuvieron premios y menciones. A la vez se produjo un valioso grupo de carteles con estética publicitaria de signo plural, que desde el DOR, el Icaic y la Casa de las Américas, contó con muy profesionales visiones y signos diseñados para resaltar la iconicidad emocional que ha mantenido esa fecha. Y no faltaron las ilustraciones de fuerza o lirismo, en prensa plana y revistas como Unión, Bohemia y Cuba internacional, que transmitían el deber editorial de sacar a la luz la convocatoria y el clamor implícitos en tal efeméride.

A los 20 años de la referida epopeya, un grupo de artistas consolidados en su nombradía y otros que éramos aún jóvenes fuimos invitados, por Mariano Rodríguez y Haydée Santamaría, a trabajar en dos acciones articuladas para conmemorar otro 26. Se trataba de confeccionar dibujos libérrimos nuestros inspirados en afirmaciones y pasajes de la defensa judicial de Fidel conocida como La historia me absolverá (destinados a una singular edición que hizo la Casa de las Américas, con diseño de Umberto Peña); a la vez que participar en la elaboración in situ de enormes paneles, grandes caricaturas instalativas, esculturas de poco peso, además de un diseño ambiental unificador, destinados a llenar todos los espacios de la Casa con evocaciones plásticas sustentadas en el sostenido alcance local y mundial de la clarinada moncadista. Coordinados por Lesbia Vent Dumois, la autoría coral de aquel environment diverso en lo estilístico estuvo integrada, aparte de Mariano y Lesbia, por Luis Martínez Pedro, Fayad Jamís, Adigio Benítez, Ernesto González Puig, René de la Nuez, Blanquito, Félix Beltrán, Alfredo Rostgaard, Sergio Martínez, René Azcuy, Mario Gallardo, Alberto J. Carol y Manuel López Oliva.

Todo lo nacido al calor de un quehacer cultural alimentado por la gratitud y una hermandad social orientada al mejoramiento de la nación –donde ni mercado desnaturalizador ni individualismo feroz regían la conducta del artífice y el valor de lo artístico– implicó legítimas puestas en imágenes humanistas de una identidad soberana. Posteriormente vino cierto resquebrajamiento en el campo de las artes visuales, por lo que surgieron museologías y convenciones curatoriales o críticas especulativas que confinaron la fusión activa entre artistas y contexto vital a los parámetros de la que presentan como «fosilizada» década cultural del 70. Aunque siempre el análisis objetivo y honesto habrá de reconocer los aportes y la trascendencia de cuanto se creó al enlazar el símbolo 26 de julio con sólidos discursos autóctonos de la imaginación.

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