El silencio cómplice de los corderos que acechan

Nunca nos han querido y siempre nos han ambicionado. Calculadores y fríos, los gobernantes yanquis han hecho sus planes sin que las penurias o sufrimientos de los cubanos les hayan provocado un ápice de solidaridad.

En nuestros largos años de guerra liberadora, cuando Cuba se desangraba entre manigua y machete, cuando socialismo solo era cosa del futuro, más de una vez marcaron un mezquino compás de espera  o interfirieron pérfidamente en los esfuerzos independentistas de la Isla. Sería la expedición de la Fernandina el ejemplo más doloroso y claro.

No nos concebían, ni nos conciben libres. Somos un país que les «molesta».  Pequeño de territorio, pero grande en sus verdades. Hemos tenido la osadía de, parafraseando a Cintio, hacer mucho más que parlamentos desde las trincheras y no nos perdonan.

Acudir al imperio, para resolver los problemas de Cuba, es cuando menos indigno. No es solo un acto de traición a la Revolución, es mucho más que eso, es un acto de traición a la historia, es pisotear las últimas líneas escritas por Martí a Manuel Mercado y aplaudir con efecto retroactivo la ofensa de los marines orinando sobre la estatua del Apóstol en el Parque Central.

Asombra la complicidad de algunos que, dotados de un intelecto envidiable, prefieren pasar por encima de esas intenciones históricas de rapiña y poder. Optan por la opción poco riesgosa, y un tanto cobarde, de evitar la confrontación con el grande, mientras empujan el puñal que otros colocan en el cuello del pequeño.

No lo dicen, pero su sapiencia cultural y académica les sobra para comprender lo que está en juego, no se pronuncian con todas las letras, les espanta la palabra imperialismo, no por lo que significa para Cuba, sino por lo que significa para sus intereses personales pronunciarla.

Apuestan porque las culpas sean todas de la Isla, por acomodarse al margen y esperar tiempos mejores sin que los riesgos les dañen sus proyectos de vida. Sientes las brisas del norte, un fresco peligroso que los envuelve, pero no se debe olvidar que esos vientos también hacen ondear la bandera.