En la carta de un guerrillero

Han pasado seis años del triunfo de la Revolución Cubana. Es 3 de octubre de 1965 y queda constituido el Comité Central del Partido Comunista de Cuba. El liderazgo de Fidel hace posible la unidad de las diversas fuerzas políticas que se enfrentaron al régimen de Batista.

En la presentación hay un ausente que reúne todos los méritos. ­Entonces Fidel lee la carta de despedida del Che.

Es una de las cartas más conmovedoras de la historia de Cuba. Ella expresa una mezcla de dolor y  vocación  de servicio por los demás. El guerrillero recuerda detalles de pequeños y grandes gestos humanos, desde la casa de María Antonia, donde conoce a Fidel, el reproche por no haber confiado un poco más, la renuncia a todos los cargos, o el acto de inclinarse ante un pueblo que lo asumió como a un hijo.

Cuando Fidel lee la carta en un teatro Chaplin todo silencio, llega a un punto, donde se anuda la garganta: «Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos…. En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes: luchar contra el imperialismo donde quiera que esté, esto reconforta y cura con creces cualquier desgarradura».

Llega al final de la misiva, sabe que las palabras no le alcanzan para expresar todos los sentimientos, pero tiene la frase exacta que resume la fe en la vida: Hasta la victoria siempre. ¡Patria o Muerte!

Los nuevos campos de batalla del Che están en el Congo y luego en Bolivia, donde derrama su sangre generosa. Sabe como el poeta,  que «la era está pariendo un corazón». Y si alguien preguntara, ¿valió la pena morir por los otros? Encontraría la respuesta en la decisión de Máximo Gómez, Henry Reeve y tantos más, de venir a pelear por la independencia de Cuba.

En aquella carta del Guerrillero Heroico, leída el 3 de octubre de 1965, estaba el anuncio alzado muchos años después en una ciudad del mundo: ¡ El Che vive!