ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Hay una cola de unas 12 personas, tal vez más, pero muy organizada y con el debido distanciamiento. Yo llegué por trabajo. El evento de transmisión de la COVID-19 en Puentes Grandes ha despertado el interés de los medios por informar su evolución. Por eso estoy allí, en esa bodega, mientras les venden cloro y otros productos de higiene a los vecinos de la localidad para que no les falten los recursos durante el aislamiento.

Siguen llegando compradores y, en uno de esos momentos, la conozco. Lleva ropa y zapatos cómodos, supongo que su jornada es larga. Aunque es de mañana, cerca de las 10:00 a.m., ya trae varias jabas llenas y el cansancio se le nota por la respiración fatigosa a través del nasobuco.

«Ella es una de las mejores mensajeras que tenemos aquí», me dice la doctora del policlínico de Puentes Grandes, que nos acompaña en el recorrido por la localidad. «No ha parado de trabajar desde que comenzó la situación de la pandemia, y en estas últimas semanas ha redoblado sus jornadas», continúa, a la vez que deja notar su admiración mediante los gestos, la mirada brillosa.

Al tiempo que mi interlocutora la describe, me surgió la curiosidad de saber su nombre, pero no lo pregunté, y probablemente ella no persigue ser reconocida. Miro alrededor, entonces, y las veo. En la cola casi todos son mujeres, jóvenes y no tan jóvenes. Tienen colgando del cuello una identificación que dice colaboradora comunitaria, o algo así, no lo distingo bien, y por eso pregunto.

La doctora me explica que hay una de ellas por cada manzana de la zona en aislamiento. Buscan los mandados de cada hogar de su cuadra. Se encargan de traerles el pan diariamente, de comprar los productos de aseo y los alimentos agrícolas que traen para abastecer la vecindad. También les llevan a los ancianos los medicamentos que necesitan, especialmente a los que viven solos.

Eso me recordó que hace unos minutos conocí a una trabajadora social del policlínico que visita a estos adultos mayores todos los días. Su trabajo es hacerlos sentir seguros, los acompaña, los ayuda en lo que necesitan. Igualmente contribuye con el pesquisaje diario o en cualquier otra tarea que se presente.

Vuelvo la mirada hacia mi interlocutora y me encuentro otro ejemplo de lo que significa ser mujer cubana hoy. Su tarea es velar por todos ellos, las heroínas del día a día, los héroes, los enfermos, las embarazadas, los niños en Puentes Grandes. Que todos estén protegidos es su desafío.

Y cuando creo que ya he visto grandes paradigmas de la bondad que habita en las cubanas, ella me presenta otro. La mejor federada de estos alrededores, así me la describe, mientras la señora, humilde, dibuja una sonrisa apenas visible detrás del nasobuco. Ella también es una colaboradora comunitaria.

A todas, estoy segura, les mueve el sentimiento de resiliencia que corre por sus venas, llenas de la sangre mambisa de Mariana. Son sucesoras del empoderamiento que exigió Ana Betancourt, renovado, y continúan con el legado que en 1960 Vilma puso en nuestras manos. Ya sean mensajeras, doctoras, trabajadoras sociales, jubiladas, en cualquier lugar de este archipiélago, todas tienen la misma virtud de haber nacido cubanas, aunque en este tiempo también ostentan el temple de luchar para vencer, sin importar las circunstancias.

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