Se cuenta que cuando iba a la casa del Benny Moré, el popular músico lajero cancelaba todo compromiso previo, para que lo deleitara con el sortilegio de su guitarra.
César Portillo de la Luz llegó a decir acerca de él que la humildad es tan grande, que no le deja espacio a la enormidad de su grandeza como músico. Por supuesto que este no podía ser otro que José Antonio Rojas, el querido Ñico Rojas, reconocido compositor y guitarrista habanero, cuya vida y obra siempre nos provoca el mayor asombro. Si insólita resulta la anécdota de que, en el momento de colocarle el anillo a la novia en el altar, Ñico se queda extasiado
escuchando la música de un invitado y solo vuelve en sí para decirle al cura: «Ay, Padre, oiga ese violonchelo, oiga qué maravilla»; tamaña sorpresa también se puede llevar todo aquel que no espere encontrar el rigor y la complejidad técnica presente en un guitarrista intuitivo, que no sabía leer una partitura.
A este ser humano tan especial le resultaba más cómodo hablar de cualquier otro artista antes que de sí mismo como músico. Quizá esto se deba a que, desde muy pequeño, aprende que no hay ningún género musical rechazable, siempre y cuando nos encontremos con el arte.
Le fascinan tanto Tarrega como Vivaldi, que Nat King Cole, Sindo Garay y hasta el danzón o un buen guaguancó. De esta múltiple mirada a la música total, como él la llama, escoge todo aquello que le conviene para conformar un personal estilo, al trasladar hacia su guitarra atmósferas sonoras provenientes lo mismo de la música clásica que del entorno eminentemente popular. Es cierto que tocaba la guitarra a su manera, violentando los preceptos académicos, al nunca interpretar del mismo modo uno de sus 70 instrumentales; pero a la vez el rango de excelencia de dicha ejecución lo ubica como una personalidad de particular relevancia en la música cubana contemporánea. Por otra parte, resulta imprescindible recordarlo como una de las figuras paradigmáticas del movimiento del filin.
No importa la diversidad de caminos escogidos por los innovadores creadores e intérpretes de estos momentos. La cuestión es comprender, igual que él, por qué debemos asumir nuestra entrega a la música con toda la seriedad que ello implica. Es la posibilidad de adquirir, igual que él, la convicción de que sin música no se puede vivir. Es, sencillamente, compartir el privilegiado espíritu de Ñico Rojas, cuando define a la música como esa luz que complementa el sentido de nuestras vidas.
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